Hagamos un experimento mental: eliminemos a todas las mujeres de la Iglesia católica. Lo que debería suceder a continuación es que las iglesias quedarían vacías, ipso facto, porque las mujeres no son el cincuenta por ciento, en la Iglesia son más del setenta por ciento. Además, ellas se ocupan de todo lo que no suponga ningún tipo de lustre, todo el servicio oculto que, sin embargo, es lo que permite a la Iglesia subsistir. En las parroquias se encargan de las catequesis de los niños, limpian y cuidan; en los movimientos eclesiales son la mayoría también, aunque ahí sí tienen algún tipo de reconocimiento; en las celebraciones son las más asiduas, especialmente las mayores, que muchas veces se hacen acompañar de los nietos pequeños. Además, las congregaciones de religiosas son la mayor parte de la vida consagrada en la Iglesia y están presentes aún en muchos ámbitos sociales donde desempeñan una labor inconmensurable de servicio a los más vulnerables. Las mujeres no solo son la mayoría de la Iglesia, sino que realizan las labores más necesarias para su sostenimiento como institución.

Sin embargo, cuando nos fijamos en los puestos de gobierno, dirección o toma de decisiones, en la Iglesia apenas hay mujeres. Las hay en organizaciones anejas a la Iglesia como Cáritas o Manos Unidas, pero no en las estructuras donde se dirigen las iglesias, las parroquias, los movimientos o los grupos cristianos. Ahí son los hombres la inmensa mayoría, sean religiosos, sacerdotes o laicos. No se trata ya del inveterado clericalismo eclesial, es también machismo y patriarcado lo que nos encontramos en la Iglesia. El machismo está muy extendido en ambientes eclesiales y el patriarcado sigue siendo el modo de ver la Iglesia por parte de una inmensa mayoría de sus miembros varones. Las mujeres son invisibilizadas en el momento de tomar decisiones, no son consideradas aptas para acceder a lo que el clericlalismo llama dignidad del sacerdocio (el ministerial, pues el real lo tienen por el bautismo).

De ahí se deriva el resto de expulsiones de las mujeres de los ámbitos de decisión. Si preguntas, sin inquieres, si rascas en la piel de los fundamentalistas, al final llegan a la conclusión fundamental: Cristo solo eligió varones. Dicho de otro modo, hay que tener pilila para poder estar en ámbitos de gobierno. ¡Grandísimo argumento! estirémoslo: deberían ser morenos de piel, hablar arameo y un poco zoquetes, que es lo que vemos en los evangelios.

Hoy, las mujeres de Iglesia han dicho basta, no están dispuestas a sostener ni un día más este sistema que las toma por infantes sin capacidad de decisión en sus vidas. Son muchas, agrupadas en diversas asociaciones, las que han lanzado una campaña hasta que la igualdad se haga costumbre. Pues, de la misma manera que el machismo no es sino una mala costrumbre, la igualdad también puede imponerse como una costumbre.

El 1 de marzo en Madrid están convocadas; en todas las iglesias todos los días estamos convocados por la igualdad real en la Iglesia.