Cuando tengo que presentar a alguien recuerdo siempre una escena de El diario de Bridget Jones en la que no consigo acordarme quién da a Renée Zellweger un consejo: decir siempre dos cosas interesantes de la persona a introducir, además de su nombre. Pues bien, como la cosa hoy va de presentaciones, intentaré seguir esta recomendación.

Él, mihombre del Renacimiento' (más adelante entenderéis el por qué de este cariñoso apodo), apareció en mi vida como una señal divina, nunca mejor dicho. Quién me iba a decir a mí entonces que aquel Cristo crucificado y en paños menores sería, años después, el padre de mi 'pequeño ratón'. Él era el melenudo protagonista de una Pasión viviente que yo tenía que fotografiar. Así que, cámara en mano, le seguí por todo un interpretado calvario hasta su muerte y resurrección. Después seguimos coincidiendo en el tiempo y, al final, Dios proveyó.

Si la primera vez que lo vi fue colgando de una cruz, uno de los siguientes encuentros (siempre profesionales por aquel entonces) fue en su hogar, para descubrir que solía descansar en las profundidades de la roca. Habitaba, y ahora habitamos (quién me lo iba a decir a mí o a mi madre, que el primer día que lo conoció le dijo: «Mi hija ha sido siempre mucho de Corte Inglés»; se le hacía difícil a la pobre imaginarme viviendo en aquella tipología de residencia), una modalidad de vivienda que yo creía poco menos que prehistórica: una peculiar cueva con vistas a un pequeño patio que bien podría estar en pleno centro del Albaicín.

Él es capaz de pintar, esculpir, escribir o recitar con la misma destreza y habilidad con la que poda árboles o planta toda clase de hortalizas, de ahí el cariñoso sobrenombre con el que lo mencionaré en mis artículos. Es un auténtico 'hombre del Renacimiento', capaz de leer poesía en lo más alto del Mont Blanc o jugar al ajedrez en plena Selva de Irati. Cultivado en las artes pero intenso y hercúleo para los trabajos del cuerpo. Y aunque defectos haberlos haylos deben ser poco importantes porque ahora no se me vienen a la cabeza. Y, cuando lo hacen, no tengo más que abrir el frigo repleto de verduras, estás sí completamente ecológicas que planta, recolecta y hasta cocina, y se me vuelven a olvidar.

Y aunque no hay secretos ni recetas para el éxito en una relación, a nosotros nos funciona la admiración y el respeto mutuo y comprobar, cada día, que esa persona te da más paz que te quita. Reconozco también que ha puesto cierto caos a mi organización y más aventura a mis días.

Pero la verdadera aventura estaba aún por comenzar. Esperábamos a nuestro pequeño cavernícola, como su abuela materna no tardó en bautizar por aquello de vivir en una gruta. Cinco días antes de lo previsto y después de una noche de fiesta, me encontré muy bien hasta el final del embarazo, su papá veía esa redonda cabecita asomar y desde entonces todo ha tendido a mejorar, entre 'bibes', tomas y muchos cambios de pañal.

En lo nuestro nada ha sido convencional, ni los tiempos ni las formas, y aunque 'el pequeño ratón' llegó antes de lo que pudiéramos sospechar desde el primer minuto supimos que era así, y solo así, como tenía que pasar. En general nos hemos ido dejando llevar y todo ha ocurrido con bastante espontaneidad, que en ningún caso quiere decir sin pensar. ¿Pero no son, quizás, las mejores cosas que nos ocurren en la vida las que surgen sin planificar?