En la ciudad de Murcia estamos de enhorabuena por la declaración como Bien de Interés Cultural del Puente de los Peligros, también llamado Puente Viejo, seguramente por sus tres siglos de historia.

Ha ocurrido al segundo intento, tras que en 2015 se iniciaría un expediente para su declaración como BIC que hubo de paralizarse por problemas administrativos para después retomarse hasta alcanzar el actual estatus. Bien está lo que bien acaba.

La protección monumental no sólo es positiva por cuanto tiene de reconocimiento del valor patrimonial, cultural o histórico de un determinado elemento o por cuanto implica obligar a emprender acciones para su conservación. Desde la perspectiva del paisaje y del quehacer diario de las ciudades los BIC también suponen una oportunidad única para hacer más amables, habitables y sostenibles las tramas urbanas.

Piensen, por ejemplo, en lo inadecuado que resultaría que un monumento declarado BIC se situara en un entorno sucio, marginal, atestado de tráfico o particularmente contaminado. Las ciudades (y los ciudadanos) no van a consentir una situación de ese tipo, y, en consecuencia, se preocuparan de aplicar las mejores medidas para corregirlo, lo que traerá consigo una mejora urbana que va mucho más allá de la simple protección del bien patrimonial.

Esto es lo que puede y debe pasar con el Puente Viejo. Su declaración como BIC podría significar una gran oportunidad para repensar el centro de la ciudad de Murcia y su conexión con el barrio del Carmen. Eliminar el tráfico rodado del puente sería una muy interesante medida, particularmente coherente con su declaración como BIC. Imaginen este cierre al tráfico no como una medida específica, sino como parte de una gran operación urbana en la que se rescatara el viejo proyecto municipal de mejora y semipeatonalización de la Gran Vía, redondeando un futuro sugerente en el que el barrio del Carmen se integrara en un gran y amable eje horizontal con las áreas urbanas más dinámicas y centrales.

Imaginen también que el puente, en el futuro, queda solo atravesado, además de por peatones y ciclistas, por un tranvía que además de mejorar la movilidad norte-sur de la ciudad recordara las imágenes románticas del tranvía que lo recorría hace un siglo. E imaginen que la operación urbana se completa con la perfecta integración con el puente de su entorno protegido, con el azud histórico a sus pies, la hornacina de la Virgen de los Peligros, los Molinos del río y el edificio del Parador del Rey, y volviendo a posicionar la Plaza de Camachos como lugar histórico, singular y emblemático del mismísimo centro urbano.

Ya sé que estas propuestas de restricción del tráfico siempre cuentan con reticencias entre algunos comerciantes y vecinos. Pero recuerden que estas reticencias se quedan en nada años después, cuando las operaciones están concluidas y se han resuelto bien las alternativas para un tráfico que, en cualquier caso, debe ir claramente a menos en el centro de la ciudad por exigencias de los episodios contaminantes.