Dicen las organizaciones agrarias que ya están hartas. Y las entiendo. Parece evidente que en el mercado de la agricultura y la ganadería se dan unos claros abusos de márgenes y de precios en la cadena alimentaria, y que de los problemas con que se enfrenta el sector agrario (el agua entre otros), resulta especialmente sangrante la indigna diferencia de precios entre lo que un agricultor cobrará por sus productos y lo que costará ese producto puesto a disposición del consumidor.

Ya entiendo que es cosa del aparentemente sacrosanto mundo del libre mercado el hecho de que, por ejemplo, las mandarinas tengan un precio en origen de 0,32 euros el kilo en tanto nosotros las compraremos en el supermercado a un precio medio de 1,95. Creo que esta situación es anormal, y a los consumidores no nos debe ser indiferente que se juegue de esa forma con el tan literario como real sudor de la frente del productor. La concentración de la demanda en origen se está disparando, o sea que sólo tres grandes grupos de distribución tienen una cuota de mercado de más de la mitad de la carne, la leche y los productos agrícolas que al final llegan a nuestra despensa. Esta es la mejor de las condiciones para que los grandes grupos dicten sus precios abusivos. La asimetría es evidente, y este desequilibrio de fuerzas tiene unas consecuencias negativas y directas para todos. Los productos agrarios pierden cada vez más valor, mientras que los consumidores pagamos cada vez más.

No soy especialista en estos asuntos, desde luego. Pero como simple opinador me pregunto si no hay nadie que pueda hacer algo. Ya sé que estamos en un sistema económico en el que es está mal visto el intervencionismo. Pero ¿no hay soluciones intermedias? ¿no hay margen para que las Administraciones medien en alguna forma entre cadenas de distribución y productores?. Desde luego si estas soluciones no existen el campo tendrá que tener más y más subvenciones, y por tanto los consumidores, por un lado, pagaremos abusivamente por los productos en la tienda y, por otro, de forma indirecta y excesiva en los impuestos requeridos para sostener al sector.

Desde otro de los puntos de vista que más me interesan, el medio ambiente y los paisajes, también este fenómeno tiene un corolario preocupante. Cualquier proceso de declive de la agricultura -ya sea por estos factores de mercado, ya por problemas estructurales, ya por competencia con la urbanización y otros usos- acarrea efectos sobre los paisajes y merma la calidad del ambiente global. El territorio es una matriz en la que, sea cual sea la superficie urbanizada, sea cual sea el suelo ocupado por la vegetación natural, el verdadero protagonismo en extenso lo adquiere el paisaje agrario. Basta con recorrer cualquier itinerario largo en coche y abrir los ojos a través de las ventanillas para comprobar cómo la personalidad global de lo que vemos, con todos sus matices, depende en buena parte del uso inmemorial de la tierra.