El otro día dejé el coche en un aparcamiento del centro, uno de esos en los que suele haber un gorrilla buscándose la vida en dura competencia con las líneas azules del suelo. A la vez, bajaba de otro coche una pareja con un niño, y el paterfamilia elevó ostensiblemente la voz para proclamar a Murcia entera y probablemente al mundo: «Voy a aparcar yo donde me diga el moro este, mis cojones. Lo que tendríamos que hacer es coger ya una pistola y matarlos a todos». No era enfado lo que lo movía, el hombre parecía más bien afectado por una repentina e inexplicable fuerza superior. E intentando explicarme el extraño fenómeno recordé de pronto La invasión de los ultracuerpos.

Saqué el teléfono móvil, busqué en FilmAffinity y comprobé que, con apenas variaciones, la sinopsis de la película se ajustaba como un guante a nuestra realidad: en una pequeña ciudad de California empiezan a suceder cosas muy extrañas; el comportamiento de algunas personas cambia de tal manera que causa estupor e incluso miedo entre sus parientes y amigos. Unos microorganismos se están haciendo con la ciudad. Levanté la vista del teléfono y miré a mi alrededor. Bastaba sustituir 'California' por 'Murcia' y 'microorganismos' por 'microalgoritmos' y allí mismo, en las calles de mi ciudad, tenía el remake de la película.

En las últimas elecciones generales los ultracuerpos fueron la fuerza más votada en nuestra región con un 27,99%. De modo que en Murcia puedes tener la certeza estadística de cruzarte con uno de ellos cada tres transeúntes. Los que somos de aquí lo vivimos con normalidad; el Partido Popular ha ido preparando el terreno durante veinticinco años. Pero los de fuera se pasman, y con razón, de unos niveles de propagación de la epidemia que ríanse ustedes del coronavirus chino.

Es verdad que en los colegios suelen dispensar vacunas de disolución lenta aunque bastante efectivas contra el contagio, pero los ultracuerpos en Murcia, que son legión, han conseguido bloquearlas, y ahora el contagio puede actuar sin freno, mucho más rápido.

Alguien podrá pensar que la comparación es exagerada y de alguna manera puede que tenga razón. El coronavirus chino ha matado a cero personas en España, mientras que la violencia machista ha asesinado ya a siete mujeres en lo que va de año. El coronavirus chino está bajo control gracias a los estrictos protocolos de seguridad de nuestro sistema de salud pública, mientras que la invasión de los ultracuerpos propone privatizar y devaluar ese mismo sistema, que nos protege a todos. A nivel mundial el coronavirus chino ha matado alrededor de 300 personas, pero todos los estudios científicos informan de que la contaminación del aire causa sólo en España unas 10.000 muertes al año. Por no hablar de la crisis climática que atiza al planeta entero y que los ultracuerpos también niegan. Así que es posible, sí, que la comparación sea exagerada, pero lo es porque los chinos se quedan cortos.

Mientras todo esto pensaba, el hombre había conseguido por fin montar el carricoche y se alejaba, seguro de que los moros eran los culpables de la inmensa mayoría de sus problemas, y que matarlos a todos podía ser la solución. Aunque me da a mí que con una pistola iban a tardar un poco.

Seguí mi camino intentando no recordar el final de la película; pensando que ojalá seamos capaces de darle la vuelta. Claro que los finales felices no se escriben solos. Debería haber alguien ya al teclado ideando otro final. Y no sé ustedes, pero yo ese relato alternativo de momento no lo veo.