Emminentissimum ac Reverendissimum Cardinalem, me dirijo a usted sabiendo de las escasas fuerzas que me asisten, investido únicamente con la orla del bautismo y muy lejos de estar entre los elegidos por el orden sacerdotal, en el grado máximo del episcopado y con la dignidad suprema del cardenalato como Su Eminencia. Apenas me cuento entre quienes pretenden vivir su fe en medio del mundo para que la misericordia y la justicia se hagan presentes entre los muchos que sufren la degradación de una economía que excluye, destruye y mata. Soy de los que leen con fruición el Evangelio, repasan algunos textos aún del Concilio, el segundo del Vaticano, y gozan con los textos de nuestro querido Santo Padre, el papa Francisco, en especial Evangelii Gaudium y Laudato Si, dos documentos que han puesto el Evangelio de nuevo en el centro de la vida eclesial.

En este Magisterio de la Iglesia en grado máximo, como es el del actual Papa, nos encontramos que hay tres elementos esenciales que deben estar en la palabra que la Iglesia da al mundo de hoy.

El primero es la preocupación por los pobres, por los que han sido excluidos de la sociedad por una economía inhumana. Son los 800 millones de famélicos, los 3.500 millones de personas en el umbral de la pobreza y los 2.000 millones que viven en los límites de la dignidad humana. Todos ellos expulsados para que unos escasos mil millones de seres humanos vivan instalados en el despilfarro y lujo constantes.

El segundo es la preocupación por la 'hermana tierra', por la destrucción del medio ambiente, por la depredación a que ha sido sometida la naturaleza en el altar del dios del mercado, la competencia y el lucro.

Y el tercero es la preocupación por la paz y la acogida de los refugiados que la 'guerra por partes' de la que habla el Papa provoca de forma constante. La paz es fruto de la justicia, pero sin actitud misericordiosa es imposible que el mundo pueda vivirla.

Estos son los tres elementos nucleares de la predicación de este pontificado, pero Su Eminencia parece tener una agenda distinta en la que las preocupaciones son muy diferentes. Pareciera al leerle o escucharle que su preocupación como cardenal de la Iglesia católica está centrada en recuperar el lustre y la posición de un pasado lleno de pompa y distinción donde los hombres de iglesia buscaban los mejores puestos en los banquetes y las amistades del poder para obtener prebendas varias, en lugar de estar dispuestos a verter su sangre con la Cristo por la que son rojos su capelo, birrete y hábito coral. Más parece que está Su Eminencia preocupado por las 'invasiones' de extranjeros no bautizados que de escuchar el clamor de su sufrimiento. Y, lo más grave, da cobijo con sus palabras y sus gestos a los que están dispuestos a 'limpiar' la patria de indeseables y enfermos, escandalizando a aquellos con los que se identificó un galileo harapiento hace varios milenios.

Es tiempo aún de conversión y fe en el Evangelio, Su Eminencia.