He visto la última película del director Ken Loach, que trata sobre las horribles consecuencias de unas degradantes condiciones de trabajo. Y me ha impresionado fuertemente, como al resto de espectadores (a juzgar por sus caras demacradas al terminar la proyección), la forma asquerosa, desalmada y repugnante con la que el jefe de una empresa de reparto trataba a un repartidor, que arriesgaba y malgastaba su vida en un trabajo agotador. He sentido rabia y repulsión. A esta forma de trato se la llama inhumana.¿Y por qué lo hacía? Porque representaba el dinero, el poder y el ansia de competir.

Esto me ha hecho pensar en las muchas formas de poder, que hacen que muchas personas de nuestro alrededor vivan su vida de una manera inhumana.

¿Es que no es inhumano que un hombre, a sangre fría, o con la sangre caliente provocada por sus ansias de posesión y dominio, asesine vilmente a otro ser humano, igual que él, como es una mujer?

¿Es que no es inhumano el que un juez, aunque tenga la ley en la mano, mande a la Policía a echar de la casa en que vive, a una familia pobre y desvalida, como estamos viendo un día sí y otro también?

¿Es que no es inhumana la ley que permite a un patrón despedir a un trabajador, por el mero y triste hecho de estar enfermo, con su baja justificada?

¿Es que no es inhumano que unos países poderosos quieran arrebatar la soberanía de otros menos poderosos, declarando la guerra para apoderarse de sus bienes y riquezas, matando a personas inocentes y sumiéndolas en mayor pobreza?

¿Es que no es inhumano que unos niños, que deben estar aprendiendo en la escuela, estén sobreexplotados, con salarios de miseria, en condiciones deplorables, para que otros acumulen riqueza y más riqueza, sin ni si quiera untarse las manos?

¿Es que no es inhumano el modo como recibimos a los inmigrantes, que por motivos de guerras, persecución, hambre, se ven obligados, amarga y obligadamente, a abandonar sus países, sus familias y sus posesiones?

A pesar del tiempo transcurrido, me vienen a la memoria aquellas célebres palabras del fraile dominico Antonio Montesinos, dirigidas a los conquistadores españoles de América, refiriéndose a los indígenas explotados y masacrados de Amerindia: «Es que estos no son hombres? ¿Es que estos no tienen alma?».

También ahora, cada uno de nosotros puede visibilizar las infinitas situaciones de inhumanidad, que nosotros mismos ocasionamos y las que contemplamos, si abrimos los ojos a nuestro alrededor.

Y pienso: ¡Qué distinto sería el mundo si nos tratáramos unos a otros con humanidad!

Como esa humanidad que muestran esas solidarias personas que hacen piña humana a la puerta de una vivienda para que a unas familias pobres y desamparadas no las echen de sus casas. Este gesto de humanidad mantiene viva la esperanza de una nueva sociedad. Como hacen esos valientes tripulantes del Open Arms, símbolo de otras muchas organizaciones y personas, que arriesgan su libertad y hasta su propia vida tratando de salvar las vidas de tantos refugiados indefensos y expuestos a morir en el desierto o en el mar. Este gesto de humanidad mantiene viva la esperanza de una nueva sociedad.

O la intrépida Helena Maleno, que a sabiendas de la condena que pesa sobre ella por salir en defensa de los refugiados, aunque la denuncien falsamente de comerciar con personas humanas, ella sigue impertérrita con su tarea. Después, un juzgado la exculparía. Este gesto de humanidad mantiene viva la esperanza de una nueva sociedad.

O como ese colegio madrileño del barrio de Hortaleza de Madrid, regentado por unas monjas de San Vicente de Paul que este año ha obtenido un premio de la CEAR Juan María Bandrés (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) por la buena acogida prestada a los refugiados de 58 países, que estudian en él, reconociendo y valorando la inmensa riqueza que supone la diversidad mientras otros muchos los excluyen de sus aulas. Este gesto de humanidad mantiene viva la esperanza de una nueva sociedad.

A estos grandes gestos de humanidad, podríamos añadir esos otros muchos, más pequeños y silenciosos, de tanta gente buena a nuestro alrededor que acoge, compadece y acompaña a quien necesita ayuda y atención. Y que también son gestos de humanidad, que mantienen viva la esperanza de una nueva sociedad. Si los aireáramos, llenarían todas las páginas de este periódico. Pero de ellos los medios de comunicación callan o los difunden con sordina.

Me vienen ahora a la memoria aquellas bellas, sencillas y esperanzadoras palabras del gran humanista Eduardo Galeano: «Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo».

Pero nosotros, qué podemos hacer?

1. Frente a la cultura del odio, del racismo, de la xenofobia, del rechazo al diferente, del desprecio al pobre, de la noticia manipulada, de la mentira que nos están inoculando a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, oponer nuestra actitud acogedora, respetuosa y humanitaria frente al otro, venga de donde venga, teniendo en cuenta su valor y dignidad, por el mero hecho de SER HUMANO. Porque pertenece al mismo mundo que nosotros y porque posee los mismos derechos que todos nosotros.

2. Acudir a los actos programados en la semana solidaria «Aquí sólo queremos ser humanos» que ya se está difundiendo en medios y redes sociales.