Tengo unas amigas con las que me gusta quedar a tomar un respiro juntas, entre prisa y prisa, con un café rápido en algún sitio céntrico, uno que nos venga a mano a todas. Es algo difícil, porque encontrar un sitio que nos pille cerca a todas por igual, dicho así suena muy fácil, pero no sabes la que hay que armar, con lo relativo que es el concepto de cercanía en ese perímetro de triángulo de las Bermudas que hay entre el colegio después de dejar a los niños, tu sitio de trabajo y las gestiones o reuniones que haya que atender esa mañana. Para colmo, esa es la parte fácil, lo peor viene después. Porque para vernos también hace falta que los huecos disponibles de cada una cuadren entre sí, sin que ninguna pierda la mañana por querer tomarse un café. Y todo junto viene siendo lo que se conoce como una alineación astral en toda regla.

Casi forma parte del encanto, el hecho de que pase, como mínimo un mes, desde que alguna pone el primer emoticono en el grupo, el que recuerda que hace tiempo que no alineamos los astros, hasta que finalmente quedamos. Así que fíjate con qué ilusión vamos al café cuando finalmente lo conseguimos.

Y sinceramente no sé qué tiene la cita, porque no hablamos de nada que no nos podamos decir por el chat, pero tiene algo de catártico el encuentro, que al terminar yo salgo con energías renovadas. Y eso que la dictadura implacable de la vida real hace que no podamos alargarlo más de veinte minutos. Saben a segundos, pero tienen un efecto afortunadamente más duradero.

En el café repasamos maridos e hijos, padres y achaques, idas y venidas de suerte o de desgracia y, por supuesto, flora y fauna laboral, gente tóxica y cómo combatirla, y todo lo que le puede pasar a unas madres trabajadoras. Imagínate la de material que tenemos.

Cuando hace varios años nos propusimos quedar todas las semanas a desayunar (anda que no éramos ingenuas) y hacer un grupo de chat para ello, el primer reto consistió en darle al chat un nombre y una imagen que reflejara nuestro objetivo semanal de quedar y no morir en el intento. Y de paso, algo que evidenciara que no sólo se trataba de desayunar y de hablar sino de mantener el ánimo por tener buena imagen por fuera y de poner buena cara por dentro.

Estando Ana en el grupo ya sabes que el glamour no falta. Yo siempre le pregunto si le gusta mi pelo y escucho atenta su opinión. Luego se lo cuento a mi madre, como si hubiese hablado con el oráculo de la elegancia y la corrección estética. Y ya si viene Pilar, cuando lo consigue, entonces lo que no falta es el sentido del humor. Y ya tenemos bastante. Por eso elegimos para nuestro chat, de forma unánime y para hacer frente a este mundo gobernado por Teresa Campos y por Belén Esteban a alguien elegante y de cabeza amueblada. Y sabes que no me refiero al tocado. Y aunque haya alguna distancia entre Audrey Hepburn y nosotras, la imagen elegida, of course, no podía ser otra más que la suya. Es verdad que hemos cambiado los diamantes por las tostadas, o por croissants, pero eso no le quita encanto a mi cita semanal.

Es una forma de ver la vida, lo que compartimos las amigas de desayuno con diamantes. Aristóteles explicaba ese sentimiento que es la amistad diciendo que era lo que se daba cuando el alma se compartía. A mí también me parece que es así.