En una Región de un millón y medio de habitantes tenemos tres Universidades. En el proceso de racionalización lógico de centros de enseñanza, en el que se primara más la calidad que la cantidad, cualquiera entendería que es un número excesivo. Es verdad que una de ellas, la UMU, es una Universidad generalista; otra, la UPCT, está especializada en carreras técnicas; y la última, la UCAM, es privada y por tanto puede ofrecer lo que le venga en gana y la Aneca le apruebe.

En nuestra Región se ha instaurado una cierta retórica de crítica hacia la UCAM, como si fuera el enemigo externo que necesitábamos para justificar las carencias cualitativas de las dos públicas. Aunque la Universidad de Murcia fuera Harvard, que no lo es (y más por culpa del propio sistema que por la gestión que se hace en ella), el miedo a la competencia es el peor remedio posible para su mejora.

Que entre los estudiantes exista cierta rivalidad tiene sentido, pues la edad de los 18 a los 25 es el momento idóneo para estar en contra de casi todo y a favor de básicamente nada. Pero que entre profesores y miembros de la opinión pública se haya extendido la categorización de alumnos de primera y segunda categoría, de profesionales válidos e inválidos, es sencillamente aberrante.

Además de por los motivos evidentes, uno de ellos que quizás no se sopesa demasiado entre los murcianos es que fuera de nuestras fronteras la institución educativa de referencia es la UCAM. Es cierto que el motivo fundamental es el baloncesto, y subsidiariamente por Mireia Belmonte o por Carolina Marín. Pero en el juego de percepciones de un empleador que no sea murciano, la Universidad que les suena es la que aparece en el Marca como patrocinadora de sus deportistas favoritos, y ello lleva al juego de percepciones de que ese sistema se parece al americano y una Universidad americana «siempre es mejor que una española». El marketing, desde luego, es impagable.

Ni siquiera entro a valorar si es justo o injusto que a la Universidad de Murcia, que está entre las mejores del sistema público español, se la juzgue como un mero centro de provincias; o si tiene sentido que cuando en Madrid alguien piense en una universidad murciana lo haga antes en la UCAM que en la UMU. Pero la realidad, y me temo que incontestable, es esa. Mientras en Murcia hay un sector desgraciadamente amplio de la sociedad que se empeña en desprestigiar a la privada, en el resto de España es ella la que nos aporta prestigio como región educativa y como marca de Comunidad autónoma.

Ante ello, la UMU y sus defensores, que somos todos los murcianos, tenemos dos opciones: o entendemos que la UCAM es nuestra aliada, o nos enfrascamos en una batalla que por tiempo, recursos y prestigio mediático tienen ganada. Lástima que, pudiendo sumar, muchos interesados prefieran restar. Como si vivir enfrascados en nuestra burbuja de mentiras fuera a obviar la realidad.

El tiempo dirá si nos subimos al carro del éxito de nuestras Universidades o permitimos que el talento huya ante nuestra incapacidad para retenerlo. Yo, desde luego, lo tengo claro.