Sentí una gran simpatía por Peter Handke cuando supe de él (ignorando supinamente su trayectoria literaria), debido al duro rechazo de su postura sobre el conflicto yugoslavo (1991-99), en abierto disenso con la tónica internacional. Ahora, cuando al ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2019, ha vuelto a ser objeto de invectivas más absurdas que histéricas, también.

Su pecado ha sido, y es, salirse del consenso internacional acerca de la diabolización de Serbia y los serbios en ese trágico conflicto. Y esto lo ha hecho opinando como un hombre libre, reflexivo, próximo al escenario y las circunstancias del conflicto, queriendo ser ecuánime y con las ideas claras sobre el doble lenguaje internacional, arteramente aplicado a este caso, y los mecanismos publicitarios de sus corifeos. La sobrevaloración que se ha hecho de algunos de sus gestos hacia personajes como Miloseviç yo la incluyo en esa hipocresía generalizada ya que, siendo de estética fea, resultan irrelevantes y tienen más de desafío que de convencimiento.

Publiqué en LA OPINIÓN, el 2 de agosto de 1992, una de mis diez croniquillas del aquel verano, que titulaba «Bosnia no existe (y Sadam tiene razón)», tratando de protestar por la escandalosa manipulación que se hacía desde los medios de comunicación internacionales de ese espantoso asunto, que todavía no había alcanzado sus fases de mayor dureza. Y destacaba, como excepción, que «ha sido la Cruz Roja la que ha subrayado el horror equivalente tanto de serbios como de croatas o musulmanes», añadiendo: «¡Nos van a ilustrar a los españoles sobre cómo se hace una guerra civil!». Quise publicar en nuestra gran prensa mis observaciones y críticas, y me vi bloqueado sistemáticamente, incluso en las Cartas al Director. Menos mal que, como director yo mismo de una revista (aunque ecologista), pude arremeter a mi gusto contra dos escritos felones, alineados con esa superchería general: uno del periodista Hermann Tertsch y otro del escritor Juan Goytisolo, que reuní en un análisis, «Tratados de serbofobia» ( Cuadernos de Ecología, enero de 1994). Me iluminó eficazmente el libro del periodista Jaques Merlino Les vérités yougoslaves ne sont pas toutes bonnes à dire (1994), que demostraba que cierta agencia de relaciones públicas de Estados Unidos (y que yo conocía por otros motivos) trabajaba para el Estado croata con el fin de hacer ver que los serbios del momento eran los nazis de los años 1940.

En cuanto se publicó en español el libro de Handke Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina o Justicia para Serbia (verano de 1996) lo devoré y anoté, con estas observaciones: «Prudentes y humildes planteamientos, con interrogantes? incluso tímido relato reflexivo? su mayor agresión es calificar de 'perros de la guerra' a los periodistas-jueces que escriben a distancia? lo más desafiante es considerar a Serbia como 'una nación de huérfanos y defraudados?'». También escribía que «el escándalo provocado es esquizofrenia. Y las condenas desatadas quieren castigar el atrevimiento de dudar, de preguntar, de reflexionar».

Por todo ello, reitero que mi onda es la de Handke, y mi actitud, de comprensión y sintonía. Para mí el esquema argumental crítico y heterodoxo (a mucha honra) sobre el tema serbio es de índole esencialmente histórica, o histórico-política, y se basa en la evolución de un pueblo (y reino independiente desde 1351) que, durante siglos de enfrentamiento con los turcos, dedicó sus mejores soldados a luchar en las marcas de los Balkanes, las propias y las del imperio austríaco, y eso explica la existencia de extensas minorías nacionales en los Estados que acabarían formando el reino original yugoslavo (1918). Al decidir Eslovenia y Croacia su escisión de la Yugoslavia federal, Serbia se opuso a que las nuevas fronteras ignoraran la existencia de estos territorios étnicamente serbios, que debían reintegrarse en la nueva Serbia.

No fue así, y pese a los terribles enfrentamientos, sobre todo entre serbios y croatas, esas fronteras se mantuvieron, aunque el desplazamiento de poblaciones fue parte sensible del drama, recordando a sucesos semejantes habidos durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Pero fue al querer también Bosnia-Herzegovina independizarse, cuando Serbia se mostró más irreductible, ya que siempre se ha considerado (por Serbia, por la historia y por la ciencia) que la población musulmana, aproximadamente un tercio, era étnicamente serbia. (Cuando, durante 1989, participé en una misión onusiana de estudio de la costa siria, mis compañeros, en su mayoría croatas de la Dalmacia, me fueron ilustrando sobre el problema en ciernes debido a los aires de desintegración, y siempre me anunciaron que «lo peor será Bosnia»).

En 1999 la OTAN bombardeó Serbia por aquello de que llevaba a cabo la 'limpieza étnica' en Kossovo, y Handke también protestó con toda la razón: el ataque a un Estado legítimo, el serbio, por una organización militar internacional sin el respaldo de la ONU era un acto de piratería y sus responsables, a la cabeza Javier Solana (secretario general de la OTAN y, en consecuencia, máximo responsable político), piratas internacionales. También deslegitimó al Tribunal Penal Internacional de La Haya, constituido ad hoc para juzgar a los perdedores: esa justicia parcial no alcanzó a Solana, protegido como lacayo del Imperio de los vencedores. Y condenó el apoyo internacional a la segregación de Kossovo respecto de Serbia, lo más doloroso para este país de todo el proceso de desintegración de Yugoslavia. (Hago observar que nadie parece echarle en cara a Solana que sus bombardeos dieron la independencia a Kossovo, un Estado que sigue siendo fallido y delicuescente, y que sobrevive como protectorado de la OTAN constituyendo un acre problema para España, que no puede reconocerlo para no facilitar la separación de Cataluña).

La Academia sueca ha sido justa y clarividente con Peter Handke, que a sus grandísimas dotes de escritor une un carácter inofensivo, su limpieza de criterio y la libertad que corresponde a un intelectual decente.