Habrá quien le recuerde como el hombre que consiguió parecerse a Jordan; pero yo no vi jugar a MJ (en los Bulls). Para mí, para los de mi generación, Kobe fue nuestro Michael. Lo dice un celtic -un 'culé', si equiparasemos a los Lakers, su equipo durante toda su carrera, con el Real Madrid-; alguien que sufrió la picadura de la Mamba en las finales de 2010, por citar tan sólo una de las más dolorosas derrotas infligidas a los de Boston por el '24' de púrpura y oro. Pero aquello, hoy, apenas unas horas después de haber dicho adiós, se siente como mucho como un leve rasguño; me atrevería a decir que, incluso, con cierta añoranza. Porque a nadie en la comunidad 'verde' se le escapa que Bryant era especial; en general, nadie que se haya interesado mínimamente por la NBA en las últimas décadas se ha mantenido ajeno a su juego, a su filosofía.

Y es que Kobe deja para la posteridad infinidad de canastas, un fadeaway exquisito y cinco anillos en el Staples, pero, sobre todo, la #MambaMentality. Natural de Filadelfia, donde el baloncesto es mucho más que un juego, Bryant fue un anotador compulsivo, un 'asesino', y un competidor -contra el rival y contra sí mismo- temible. Solo así se explican sus 81 puntos en 2006 ante los Raptors, segunda máxima anotación de un jugador en la historia de la liga (aunque podríamos decir que la primera de la NBA moderna), pero yo, si tuviera que elegir solo un partido suya, casi que me quedo con el último: en Los Ángeles, ante los Jazz, diez años después de aquella noche mágica. Con casi 38 años y las rodillas destrozadas, el escolta se despidió del baloncesto profesional con 60 tantos en su casillero y dejando la sensación de que se iba porque quería, no porque la pelota le retirara. Un amigo me decía el domingo que siempre soñó con su vuelta a la canchas, como ya hiciera su adorado Jordan, y, desde luego, tras aquello, no parecía un disparate...

Lamentablemente, un maldito accidente ha cortado de raíz cualquier posibilidad de que aquel sueño se materializara, aunque, a decir verdad, tampoco le quedaba nada que demostrar..., y casi que nada que ganar. Al menos él lo hizo todo antes de colgar las botas, y, gracias a ello, hoy las nuevas generaciones, con el celtic Jayson Tatum a la cabeza, tienen un espejo en el que mirarse. Al fin y al cabo, Kobe es (para mí, para ellos) nuestro Jordan.