Aunque Maquiavelo lo había anticipado en sus Discursos sobre Livia («a veces es inteligente hacerse pasar por loco»), la estrategia del 'hombre loco' se atribuye a Richard Nixon en su enfrentamiento con los norvietnamitas y las potencias comunistas que los sostenían, la Unión Soviética principalmente pero también China en un segundo plano. Richard Nixon se esforzó en hacer llegar a sus oponentes del bloque comunista la idea de que su enfado con la situación en Vietnam había llegado hasta tal extremo de que sus reacciones eran impredecibles, y en cualquier momento podría decidir apretar el botón nuclear y acabar con sus adversarios por las bravas, sin tener en cuenta las terribles consecuencias que ello acarrearía. Lo del 'hombre loco' había caído en desuso, hasta la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y su errática, lunática e incomprensible manera de dirigir la política exterior de su país. Al contrario de su política interior que está centrada en alentar y excitar de forma continua a los blancos sin formación universitaria de la América Rural y Florida, los Estados que le proporcionaron la victoria en votos electorales (por su sobrerepresentación en el cuerpo político que elige de forma indirecta a los presidentes norteamericanos).

Donald Trump ha intentado utilizar la estrategia del 'hombre loco' con nulo éxito en su enfrentamiento con la dictadura nuclear de Corea del Norte. A veces los chinos se han tragado (de forma consciente e interesada) el engaño, utilizándolo como excusa para presionar al dictador norcoreano. Pero al final, King Jong-un parece estar realmente mucho más loco que Donald Trump, que al fin y al cabo tiene la instituciones de un país democrático para reprimir en última instancia sus impulsos más demenciales. La única 'locura' de Trump (al margen de su lenguaje de matón de barrio con los iraníes y su desprecio por los países aliados de Estados Unidos) ha sido el asesinato del líder de las milicias iraníes Quds, Qasem Sulemaini. Hasta ese momento, la locura de la política exterior de Trump se ha manifestado más bien en su signo contrario: el deseo de abandonar de forma abrupta (hasta que sus asesores le pararon los pies) la presencia militar norteamericana en Siria, Afganistán y, recientemente Irak.

No sabemos qué hubiera hecho Trump con Dulcinea del Toboso (¿la agarrarla directamente por sus partes pudendas, o la convertirla en una mujer trofeo como Melanie?). Lo cierto es que este Donald Quijote ve gigantes donde solo hay molinos (los medios de comunicación, que él denomina intencionadamente fake news) e intenta representar a sus oponentes políticos como los malvados monstruos que solo una mente perturbada como la suya es capa de fabricar. Pero lo que más interesante de la actualidad política internacional es hasta qué punto a este Quijote norteamericano le ha salido un Sancho Panza británico, de nombre Boris Johnson.

Trump no ha ocultado en ningún momentosu apoyo político y afecto personal por Boris Jhonson. Recientemente en Davos, el presidente americano se deshizo de nuevo en elogios a Boris Johnson y se alegró sin rubor de su aplastante éxito electoral en las recientes elecciones británicas. Una vez más prometió que el acuerdo comercial con el Reino Unido era cosa hecha y se resolverá en un tiempo récord. El elogio de Boris, y su apertura a negociar un acuerdo comercial rápido con Reino Unido sirve a Trump de forma indirecta para darle en los morros a la Unión Europea, el mayor enemigo geopolítico de Estados Unidos en la confusa mente del mandatario norteamericano, superado en cierta medida por China y por nadie más. La animadversión personal de Trump hacia Macron es conocida, y se une a la falta de entendimiento cuando no enfrentamiento directo con Angela Merkel y su Alemania productora y exportadora de coches de alta gama a los que Trump amenaza con destructivos aranceles.

Porque, a pesar de tanta farfolla, tweets de madrugada y cortinas de humo, el objetivo de Trump ha sido sistemático y coherente desde el inicio de su presidencia: los enemigos de antes son solo sus adversarios a los que se puede ganar presionando al principio y negociando después. Pero los auténticos enemigos son los aliados de antes, la Unión Europea y el resto de miembros de la OTAN, que hasta su llegada a la presidencia de Estados Unidos se han estado aprovechando de los norteamericanos confiando en su paraguas de defensa a coste esencialmente ridículo, con contribuciones escasas (y compras correspondientemente escasas a la industria militar americana, todo hay que decirlo). Trump no ve (o más bien no quiere ver) la contribución occidental a la seguridad global, que beneficia desproporcionadamente a Estados Unidos, el único país de la Alianza con presencia e intereses planetarios.

Por eso Trump no para de celebrar el éxito del que él considera su pupilo y protegido, Boris Johnson, al que se apresta a tratar como su escudero, utilizándolo como instrumento para seguir debilitando a sus enemigos de la Unión Europea, Macron y Merkel. La pregunta es si este regente de la Isla Barataria, Gran Bretaña por más señas, será un dirigente dócil a la manipulación de su enloquecido patrocinador o si se revolverá a las primeras de cambio, siendo conocedor de primera mano de la fantasía mental y el mundo alternativo en el que discurre la mente de su mentor.

Los primeros signos de por donde discurrirá la actuación de Boris como primer ministro son preocupantes de momento, aunque contradictorios. Su oposición a la política iraní de Trump es un signo. Su empeño en que el tratado comercial con la UE esté concluido a 31 de diciembre de 2020 (para lo que ha hecho aprobar una ley en el Parlamento que ha puesto en alerta a los negociadores europeos) amenaza con una ruptura dura de las relaciones comerciales con la UE. Reino Unido parece preferir la libertad absoluta de acordar tratados con terceros países (principalmente Estados Unidos) a costa de que su 40% de su producción con destino a Europa sufra el impacto de enormes aranceles disuasorios. Si Boris seguirá los dictados de Donald Quijote y su batalla contra el mundo o adoptará un enfoque más sensato y pragmático, como Sancho Panza está por ver. Lo preocupante es que -al contrario de las aventuras noveladas de los dos célebres personajes cervantinos- el destino de estos dirigentes políticos y sus decisiones -acertadas o erradas- nos afectarán profundamente s los ciudadanos de esta atribulada y mermada Unión Europea.