Qué años aquellos en los que Murcia ni siquiera aparecía en el mapa del tiempo que el bueno de Mariano Medina escudriñaba en el último hueco del telediario. Con el paso del otro tiempo la información meteorológica se adueñó tanto de los noticiarios que, a la fuerza, hubo que incluir a una Región que siempre marca las máximas en grados y las mínimas en agua.

Conforme se extendió la civilización en la piel de toro; las citas a esta tierra se circunscribieron a los sucesos que hoy conforman la llamada España profunda, siendo destacados en violencia machista, fracaso escolar y otras páginas que nos convierten en un caso.

A menudo, echábamos de menos no tener unos políticos, de la talla de un cachopo cántabro, que aumentaran nuestra cuota de pantalla para captar más tarta presupuestaria.

Hoy, sin comerlo ni beberlo, abrimos los periódicos nacionales e incluso los diarios de sesiones europeos. Al primer vistazo salta Murcia como si del Entierro se tratara.

Bien porque se muere nuestro Mar Menor bien porque quieren anestesiar el conocimiento y espíritu crítico de nuestros jóvenes estamos en todas las sopas, especialmente en las de color verde. Fétidamente verde, que lo envuelve todo. Verde no en su mejor sentido, el medio ambiental. Todo lo contrario.

Las aguas de nuestra joya de la corona sucumben ante el desarrollismo urbanístico y agroindustrial salvaje. A pesar de su escasa profundidad, el recuerdo de lo que fue y la mirada de lo que es hoy nos hunde en la miseria. No hay persona que no se vea concernida por el fin de la laguna marmonerense.

O quizá sí. Vetar el conocimiento, incentivar que se mire para otro lado ante la agresión a la naturaleza, incluida la humana, es una buena fórmula para anularnos.

Sin nuestros recursos naturales y humanos, desprovistos del espíritu crítico que proporciona la educación pública, la Región de Murcia desaparecerá definitivamente? ni mapas ni más noticias.

La nada.