Ni todo es blanco ni todo es negro. Por mucho que se empeñen en llevarnos a los extremos, la vida está repleta de contrastes. De felicidades incompletas y de tristezas con medias sonrisas. De victorias amargas y de derrotas enriquecedoras. De celebraciones coloridas donde siempre se cuela un inesperado e indeseado invitado gris.

Comenzaré felicitando a nuestro Ayuntamiento por lograr, esta vez parece que sí, que Cartagena desempeñe el papel protagonista en el día dedicado a nuestra Región en la Feria Internacional de Turismo (Fitur) de Madrid. Gobierno regional y municipal pusieron toda la carne en el asador para proclamar que, por su pasado, por su historia y por su potencial, nuestra ciudad reúne requisitos más que suficientes para ser reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Probablemente, no les falta razón, el problema está en cómo hemos tratado y aún seguimos tratando el legado que heredamos de nuestros antepasados y que, tras el abandono total al que lo hemos sometido, nos cuesta horrores avanzar en su recuperación, que se desarrolla de forma lenta y a base de pelear por financiación más de lo que quizá sería razonable, dado los tesoros para los que se solicita.

Al menos, entre tanta desesperación e indignación por la falta de ayudas regionales y estatales para cooperar en la restauración de nuestro pasado, nos llevamos algunas alegrías. Es el caso de la reciente inauguración de la renovada y rehabilitada fachada de la iglesia de Santa María de Gracia, presidida por esos Cuatro Santos a los que hemos sabido respetar tan poco como aprovechar su trascendencia para potenciar el turismo religioso mucho más de lo que lo hacemos. Me pregunto qué harían otras ciudades y otras regiones si pudieran presumir de que fueron la puerta de entrada en España y a Europa de la luz del Evangelio de la mano del apóstol Santiago, otra figura a la que también nos da por ignorar y desaprovechar más de que deberíamos.

Tampoco sé, o quizá sí, por qué hemos tardado tantos años en dotar a una Semana Santa tan majestuosa, prestigiosa e internacional como la nuestra de un pórtico en condiciones. Debería darnos vergüenza haber mostrado durante tanto tiempo uno de nuestros mayores tesoros culturales entrando y saliendo bajo un umbral tan pobre y descuidado. Más vale tarde que nunca.

Otra de esas satisfacciones que nos hemos llevado a la boca ha sido la presentación en Fitur de la inminente apertura del Museo del Foro Romano de Cartagena, nuestra nueva joya arqueológica, de esas que nos ofrecen con cuentagotas, pero que, poco a poco, van configurando un itinerario de la riqueza arquitectónica imperial que consigue incrementar de forma constante y progresiva el número de visitantes anuales, cuyas últimas cifras duplican la de habitantes registrados en nuestro censo. Confiemos en que más pronto que tarde se pueda sumar el Anfiteatro, que promete ser un revulsivo importante para el turismo en nuestra ciudad, ojalá que tanto como lo fue en su día el Teatro Romano.

Los tesoros de Cartagena son innumerables, su potencial turístico es incalculable, porque con bien poco que hemos hecho, las estadísticas se han disparado. Sirva como ejemplo que en el inicio del milenio, apenas unos pocos cruceros con unos cientos de turistasrecalaban en nuestros muelles y que, en la actualidad, nos visita un buque cada tres días y ya superamos los 250.000 turistas llegado por mar.

Reitero mi felicitación y mi apoyo por los esfuerzos y los logros conseguidos, por trabajar por un centro histórico de referencia y por mirar por fin hacia las baterías de costa, eterna asignatura pendiente de todos y que tantas alegrías nos podrían dar si lográsemos dotarlas de vida.

Lo que no puede ser es que el gran trabajo en materia turística tape otras vergüenzas y suponga el descuido de otros menesteres tan o más necesarios para quienes no estamos de paso, sino que vivimos aquí a diario. Falta de seguridad, desperfectos y rotos en las aceras, agujeros y baches en carreteras que suplican ser asfaltadas, deficiencias en calles y hasta en plazas céntricas donde la luz brilla por su ausencia y muchas otras cuestiones copan las quejas tanto del núcleo urbano como de los barrios y las diputaciones. Me permito aportar una queja personal que achacó no solo a la falta de limpieza, sino también a esos dueños a los que les llevaría a sus casas los numerosos excrementos que se pueden encontrar y pisar por las aceras de nuestra querida ciudad.

Una ciudad bella, al igual que una persona bella, no es la que luce radiante y esplendorosa bajo gruseas capas de maquillaje, sino la que sigue resultando atractiva y placentera cuando te adentras bajo esa colorida y efímera apariencia. Para crecer y fortalecernos como ciudad, debemos esmerarnos tanto como nuestros antepasados por dejar a nuestros descendientes un legado tan valioso como el que recibimos, empezando por el patrimonio humano de unos ciudadanos satisfechos y orgullosos de haber nacido en esta tierra. Y, después, que nos declaren lo que quieran, porque nadie nos va a quitar nuestra historia ni nuestro envidiable pasado, que no forja ninguna declaración, sino quienes han pisado nuestras calles a lo largo de tres milenios.

El problema es que mientras presumimos de riquezas y bondades, nos topamos de bruces con otras realidades tan grises como los elevados niveles de contaminación que, por mucho que provengan del polvo africano que ha viajado hasta aquí desde el desierto, se posa sobre nosotros e invade nuestros pulmones. Y no hay nada peor para espantar visitantes que las alertas contaminantes. Además, en nuestra Región, llueve sobre mojado, porque la desoladora y nefasta imagen del Mar Menor rebasa fronteras en reportajes televisivos tan demoledores como el emitido en una televisión alemana estos días. El programa supone un ataque contra las millonarias exportaciones hortofrutícolas al país germano, al vincular la degradación de la laguna a la agricultura intensiva de forma clara y contundente.

Nos queda el consuelo de tontos de que la contaminación no es exclusiva de nuestros lares, sino que es un problema mundial, cuya solución está en manos de todos, de unos más que de otros.

Aunque a este paso, más allá de que pueda surgir un virus mortal de rápido contagio y reiteradas alertas hasta que sucumba la especie humana, veo a las agencias de viaje incluyendo en los paquetes turísticos mascarillas y hasta máscaras de oxígeno para poder disfrutar de una linda estancia en cualquier rincón del mundo. ¿Sabremos, querremos y podremos evitarlo? Dicho de otra manera: ¿ha aprovechado usted que ayer el transporte público era gratuito por los niveles de contaminación o ha cogido su coche, como siempre, para ir donde siempre? O peor. ¿Se ha enterado de que el transporte público era gratuito por los níveles de contaminación?

Ya lo dice el refrán. No todo es blanco o negro, las cosas dependen del color del cristal con el que se miran. ¿De qué color es el suyo?