Lluvia, frío y a veces nieve. En los montes el verde blanquea y los animales se refugian. En las ciudades apresuramos los pasos y cubrimos orejas, gargantas y hasta el alma (la parte más difícil de proteger) para que no se nos hielen ni las orejas, ni las gargantas, ni el alma, cosa que no siempre se consigue.

En Murcia el invierno es casi noticia. Sin casi: el invierno en Murcia es realmente una noticia porque comparte todos los elementos que hacen que algo sea noticia: sucede, importa, se comenta, y ocurre como de sorpresa, casi de un golpe, transmutando sin permiso la calidez mediterránea que creemos, tal vez ingenuamente, una propiedad permanente e inmutable. Pero no. Por estos días que corren sabemos que nosotros también vivimos en un mundo en el que existe el frío. Frío en serio, frío integral, de arriba abajo, de afuera a dentro, frío en los cuerpos y en los corazones, frío que parece que no pasa, frío húmedo, tosco, envolvente, frío obsesivo, acaso sugerente, frío perdurable, cabezón, frío inclemente, extraño, penetrante, un frío que amenaza con romper hasta las entrañas, un frío que te cagas, por dejarnos de tanta poesía.

La antítesis del calor no es el frío, el frío es la antítesis del calor. Y de todo lo demás. Enternece observar las mil mañas que nos aplicamos para combatir el frío, inventando artilugios de toda especie (calefactores, placas, chimeneas), acumulando telas de variadas maneras (mantas, cuerpos, edredones), y modificando hasta nuestra costumbre de pasear por las calles, buscando las plazas abiertas y los lugares soleados que normalmente rehuimos en una Murcia que suele arder en asfalto.

Así, con variados trucos e inventos, vamos sorteando la forma física del frío. Para las formas psicológicas también existen, al parecer, trucos y métodos, pero estos son imposibles de listar porque corresponden a las infinitas formas personales el que cada cual sepa dar su intransferible combate por la felicidad. El frío, al menos, nos enseña a apreciar el bienestar de su ausencia, esperando el calor y la primavera que, seguro, está siempre a la vuelta de la esquina, cerrando un ciclo anual, climático, personal, que se repite en grados centígrados, en símbolos y hasta en esperanzas.

Vale que no conviene, desde luego, que el frío lo sea porque una borrasca exagerada y episódica lo acompaña de mucha, mucha agua, que vuelve a azotar nuestros pueblos costeros y el pobre objeto de maltratos en que se ha convertido el Mar Menor. Y vale también que sobran los vientos, las olas enormes que destrozan paseos marítimos y playas, y las plagas de gripe.

Pero, del otro lado, la nieve en serio, la nieve en abundancia, la nieve de a diez, veinte o cincuenta centímetros de espesor, conforma paisajes grandiosos y extremadamente raros de disfrutar por nuestras tierras y que parecían solo habitar en los recuerdos de nuestros abuelos. Y eso es francamente hermoso.