La mejor definición de orgasmo que he oído o leído nunca la improvisó mi hija a la edad de seis años. Estaba duchándose una mañana con su madre, se miró reflexivamente la vulva durante un instante y dijo: «Mamá, ¿a ti no te pasa que cuando te das con la ducha en el ratón te da así como una locura por dentro?».

Como a estas alturas puede que alguien se haya escandalizado ya, voy a encadenar cinco verdades sencillas que ojalá sirvan para calmar los ánimos. Primera verdad: el sexo es bueno. Segunda verdad: una vida sexual sana es mejor que una vida sexual insana. Tercera verdad: una vida sexual sana requiere aprender algunas cosas. Cuarta verdad: mi generación, y no digamos ya la generación anterior a la mía, y no digamos ya la anterior a la anterior, y así sucesivamente, recibió una mala educación sexual. Quinta verdad: la generación actual puede empezar a recibir una buena educación sexual.

Por supuesto, hay gente que niega la mayor, gente que considera que el sexo es pecado, que se debe recluir en el matrimonio y reducir a estrictos fines reproductivos. Es poca gente ya la que piensa así, muy poca. Pero fueron muchos durante mucho tiempo y dejaron una huella muy profunda en nuestro inconsciente colectivo. Una huella de vergüenza, de secreto y de culpa. De modo que esa forma de pensar sigue estando más o menos diluida en nuestra vida sexual, y aún más en las ideas que tenemos sobre la vida sexual de nuestros hijos, y no digamos ya de nuestras hijas.

No deja de resultar curioso cómo aquellos que no quieren que los jóvenes reciban ninguna educación sexual en absoluto están condenándolos a maleducarse en el porno, en el porno mainstream además, que es violento, machista y misógino. Porque eso es lo que consigue un padre cuando se niegan a que su hijo reciba educación afectivo-sexual; que la única referencia sexual en su vida sea un modelo de ciencia-ficción en el que la mujer está siempre sometida a los deseos a menudo agresivos y humillantes del hombre.

¿Queremos condenar a nuestras hijas e hijos a ser unos analfabetos en uno de los ámbitos más importantes de sus vidas; como fuimos nosotros y nuestros padres y los padres de nuestros padres, per secula seculorum? ¿Queremos que 'aprendan' falsos mitos a escondidas, cargándose una vez más de culpa e inseguridades, de insensibilidad? ¿De verdad alguien, sea del credo que sea, quiere eso para sus hijas e hijos?

Porque lo que más me sorprende es que muchos de los que defienden que el sexo es pecado, lo hacen en nombre de Dios. Y me sorprende porque está claro que si Dios existe, no hay duda de que el placer sexual fue algo que nos regaló graciosamente. En su infinita sabiduría y omnipotencia podía habernos dado una forma de reproducción que no nos diera así como una locura por dentro. Pero nos la dio. Cabe especular que para compensar el resto de locuras que ya nos da la vida por fuera. Así que el único pecado que se me ocurre a mí respecto al placer sexual es devolvérselo a Dios sin haberlo usado. Pecado venial.

Porque lo que sí me parece un pecado mortal, de esos para ir de cabeza al infierno, es obligar también a nuestros hijos e hijas a que hagan lo mismo. Obligarlos a que sigan aprendiendo a tientas y a ciegas y nunca del todo, siempre entre la culpa y la vergüenza, y dándoles a elegir, por acción u omisión, entre porno o nada.