La semana pasada este colectivo realizó una acción simbólica para reivindicar la falta de nombres de mujer en el callejero de nuestras ciudades. Quisimos, además, rendir un pequeño homenaje a mujeres murcianas, o vinculadas de algún modo con la capital, cuya trayectoria profesional y vital las hace merecedoras de este y otros reconocimientos. Como en casi todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana, el criterio que se sigue para nombrar el callejero también nos invisibiliza y ningunea. De alguna manera, las calles tampoco son nuestras y de nuevo se nos empuja a permanecer encerradas y ocultas.

Pero la ciudad nos plantea a las mujeres otros retos. Las que habitamos en el medio urbano nos enfrentamos cada día a desafíos relacionados con la movilidad, la seguridad, el derecho a la propiedad o el acceso a oportunidades económicas. Hasta bien entrado el siglo XX, las mujeres no podíamos ocupar el espacio público si no estábamos acompañadas por nuestros padres, hermanos o esposos. Nuestro lugar era la casa y nuestra ocupación principal era mantenerla en perfecto estado y cuidar de nuestros hijos. El espacio público, la calle, era ocupada por los hombres, quienes realizaban los trabajos remunerados y llevaban en el jornal a los hogares.

El diseño de las ciudades ha priorizado la vinculación al mercado laboral sobre otros aspectos como la sostenibilidad y la vida de las personas. Así, nuestras ciudades están pensadas para un hombre trabajador, que generalmente se desplaza en un vehículo privado, obviando las necesidades de la mayoría de la población, formada por mujeres, menores y personas mayores.

Según Inés Sánchez de Madariaga, directora de la Cátedra Unesco de Género y profesora titular de Urbanismo en la Universidad Politécnica de Madrid, «los hombres urbanistas tenían una visión del espacio residencial como una cuestión de ocio y descanso. La vivencia de la mujer es muy distinta, los espacios residenciales son lugares donde se hacen tareas de apoyo y de cuidado cotidiano que suponen un trabajo y dedicación importante». Según esta arquitecta, experta en urbanismo de género, las mujeres utilizamos la ciudad mucho más que los hombres: somos las principales usuarias del transporte público, los equipamientos relacionados con la salud, los centros educativos y los locales comerciales. La falta de iluminación y de un transporte público eficaz, entre otros aspectos, hace que para muchas mujeres la ciudad se convierta en un territorio hostil y, en cierto modo, violento.

En los últimos tiempos han comenzado a surgir voces reivindicando un planteamiento urbanístico que tenga en cuenta la perspectiva de género, de modo que el urbanismo responda mejor a las necesidades diferentes en el uso la ciudad de las mujeres y de los hombres, planificando ciudades más justas y habitables que no solo tengan en cuenta las tareas productivas, sino también las reproductivas (educación, cultura, salud, comercio, ocio?).

La incorporación de las mujeres a cargos con capacidad de decisión en los Ayuntamientos ha sido fundamental para desarrollar estas políticas urbanísticas de género, que abogan por hacer de las ciudades espacios amables y sostenibles, agradables para la vida cotidiana, donde se prioricen las necesidades de las personas sin excluir a ningún colectivo y que hacen a toda la ciudanía partícipe en la toma de decisiones. Es el caso de Barcelona, Madrid o Valencia donde se han llevado a cabo iniciativas que promueven una visión de género en la organización y la gestión del espacio público.

Pero a pesar de estos ejemplos, considerar las necesidades de las mujeres en su día a día en las ciudades, es todavía, una asignatura pendiente.