La firmeza en el propósito es una virtud cuando el propósito merece la pena. Lo contrario supone la incongruencia, que en estos momentos debe de ser el factor mayor de confusión y de ridículo de nuestros políticos en Europa. Un ejemplo, el Partido Popular ha planteado un 'pacto global' para despolitizar la Justicia empezando por defender la figura de un fiscal general independiente en vez de contentarse con una renovación del reparto sectario en el CGPJ. Es una iniciativa honrosa teniendo en cuenta el reciente nombramiento de la exministra de Justicia promocionada al frente de la Fiscalía en un contexto que levanta todo tipo de sospechas y de que se trata de un terreno donde desde hace décadas llueve sobre mojado. Quien clama por el acuerdo, y aquí está el problema, es el mismo partido que la semana pasada votó en la Eurocámara en contra de la independencia judicial en Polonia y Hungría, dos países de escasa calidad democrática y en los que el Estado de derecho sufre grave deterioro. ¿En qué quedamos?

Los partidos españoles arrastran por los suelos su prestigio, predicando internamente cosas de las que más tarde se desdicen en el exterior. El PP pide un 'pacto global' para empezar a remediar la politización de la Justicia a la que contribuyó eficazmente junto con el PSOE en todos estos años, y cuando hay que aprobar en Bruselas una resolución junto a otras fuerzas afines de la Eurocámara se posiciona al lado de los euroescépticos y los populistas de extrema derecha argumentando que uno de los firmantes de la iniciativa es el exetarra Fernando Barrena.

Otro esperpento exterior, este de mayor voltaje, es la reescritura del procés por parte de Sánchez, que apoya ahora la reapertura de las 'embajadas' de la Generalitat que en la anterior etapa su propio ministro de Exteriores, con gran esfuerzo pedagógico, frenó ante los tribunales de Justicia.

No hay forma de que se nos entienda.