Vox se abstendrá en la aprobación parlamentaria de los Presupuestos autonómicos. Al menos es lo que tenían decidido hasta ayer. Esto significa que no se comprometen ni siquiera en lo que han conseguido influir en el pacto a tres (PP, Cs, Vox): han llevado a los dos partidos coaligados en el Gobierno a aceptar algunas de sus propuestas, pero una vez firmadas éstas se desentiende políticamente y se muestran libres para actuar desde la oposición. Una oposición, es cierto, particular: quieren mantener el Gobierno PP-Cs, pero controlándolo desde fuera. No podrían hacerlo, por aritmética parlamentaria, con un Gobierno alternativo PSOE-Cs, de modo que apoyan al existente, pero sin identificarse del todo con él. Toman la necesaria distancia para no quemarse en una aceptación que los implique.

Vox, con cuatro diputados, intenta decidir la agenda política. Lo tiene fácil: el PP les dice sí a todo. Se trata de mantener el mastodonte de la Administración popular. A cualquier precio. El PP sabe que toda aceptación de las demandas de Vox no estará mal vista por su electorado, ya que hasta hace cuatro días estaban todos en la misma urna.

El único problema es Ciudadanos. Al final, la estrategia de éste no es tanto en qué coincide con el PP, sino en qué se diferencia de Vox. El pin parental, por ejemplo. En torno a este asunto todo es falso, pues cualquier enfoque depende de concepciones antagónicas. En todo debate es posible alcanzar un acuerdo cuando se contraponen ideas distintas, por distantes que sean, pero es imposible coincidir cuando lo que se oponen son mentalidades adversas. En cuanto a las ideas es posible encontrar un espacio intermedio; si se trata de mentalidades, sólo cabe la imposición de una mayoría.

La cuestión del pin parental, que parece cosa menor, es en realidad la clave metafórica que divide a la sociedad en concepciones distantes sobre el mundo: son los padres quienes han de decidir sobre la educación de sus hijos o es a éstos a quienes les asiste el derecho de recibir una educación que no esté condicionada por los prejuicios de los padres. Más que de política se trata de filosofía. Aunque las instituciones internacionales y el Derecho han concluido con claridad. Sin embargo, Vox no es un partido que venga a ratificar lo establecido, sino a dinamitarlo. Por eso estamos ocupados en debates que ya creíamos amortizadas.

Pero es verdad que se trata de un debate, el del pin parental, inútil al cabo, pues todo individuo, cumplida la mayoría de edad, suele desprenderse de los dogmas adquiridos de uno u otro lado en función de la experiencia propia, sus deducciones, sus lecturas o sus derivas. ¿Para qué emplear tantas energías en una cuestión que, está probado, no decide la voluntad individual, pues ni los padres, ni los curas, ni el Estado pueden, al fin, frente a la libertad de criterio de las personas enfrentadas a su propia exigencia vital?

No hay que engañarse: la polémica del pin tiene un único trasfondo referido a la educación sexual por mucho que se remita al conjunto de las actividades extraescolares. La cuestión es fundamental para Vox porque en ella reside todo el artificio intelectual en que basa su propia existencia: la recuperación de una moral única, tutelada paradójicamente por el Estado (al que ahora no legitima como estamento neutral en política educativa) y la compensación a las bases institucionales o intelectuales en que establece su apoyo, como la UCAM. Véase que López Miras, a sabiendas de que este importante emporio impulsó el apoyo electoral a Vox ha intentado recuperar su favor con la financiación del equipo de baloncesto de esa Universidad (medio millón de euros), un gesto inútil a los efectos que pretende, porque llega tarde.

Pero hay una fracción de la derecha, Ciudadanos, que en su proclamación fundacional anunció que venía a contemplar, aparte de la ortodoxia liberal en la política económica, un actitud más abierta que lo que había dado de sí el núcleo representado por el PP en cuanto a libertades individuales, al margen del estamento rancio y clerical con que éste se identificaba sociológicamente. Un planteamiento estimulante sobre el papel salvo por el hecho de que Ciudadanos ha acabado convocando a exmilitantes del PP, orgánicamente desubicados, que exhiben idéntica mentalidad desde un aparato político distinto.

Sin embargo, los militantes y votantes no pertenecen a esta clá; son ciudadanos que creyeron en un nuevo modelo de derecha centrista, pero lo dirigentes del partido, todos establecidos a dedo y, en consecuencia desentendidos de su base social (véanse los resultados electorales), han acabado reproduciendo al final una entente con el PP que, además, les obliga, como a éste, a atender las ‘ideas fuertes’ de Vox, una vez que ese partido se ha instalado como cuña imprescindible para establecer una mayoría de derechas ‘a tres’.

En este punto conviene considerar la factura de cada una de las tres organizaciones. El PP es la más experimentada, capaz de disponer de una estrategia concentrada. El responsable de la negociación de los Presupuestos, Javier Celdrán, es un político sutil que intenta evitar que su protagonismo suplante públicamente al del presidente, pero que tampoco está dispuesto a quemarse en el intento, ya que esto tampoco sería útil para López Miras. Su propósito respecto a los Presupuestos ha consistido en aprobarlos a toda costa, sin pararse a matizar las consideraciones de Vox, sino al contrario, facilitando a éste incluso los textos alternativos al proyecto del PP que el aparato de los de ultraderecha no era capaz de elaborar. Les ha ido sugiriendo su propia alternativa.

Y a la vez que intentaba domar a Vox , en su propósito para convencer a Cs Celdrán ha convocado reuniones individuales y colectivas, según el momento, con los dirigentes o consejeros de este partido a sabiendas de que entre ellos no existe una posición única (porque no hay una dirección efectiva) y que en las reuniones abiertas podría inyectar el virus del desencuentro para obtener el objetivo del ‘sí’ a pesar de toda circunstancia. Divide y vencerás, cosa que en lo que se refiere a Cs está hecho de antemano. Martínez Vidal se plantó para que se debatiera en la Asamblea el decreto del Mar Menor, contra el criterio de López Miras que pretendía aprobarlo de rondón, pero después, con los presupuestos, quiso rebajar tamaña temeridad instando a una inmediata aprobación, a pesar de que los criterios de Vox no se compadecen con la ortodoxia legislativa.

Vox ha ido más lejos en sus demandas. Pretendía tutelar directamente la gestión de la consejería de Política Social, interviniendo en la aprobación de subvenciones a los distintos colectivos, una sugerencia que rebasa la atribución que corresponde a un grupo parlamentario que no tiene funciones en el poder ejecutivo.

La casualidad, o no, ha permitido que en plena negociación de los Presupuestos el ‘dimitido’ (pero poco) secretario nacional de Organización de Cs, Fran Hervías, haya decretado la disolución de la dirección regional del partido para ser sustituida por una gestora, claramente inspirada por la portavoz del Gobierno, Ana Martínez Vidal, con el propósito de que ésta se constituya, tras el congreso refundacional del próximo marzo, en la coordinadora regional de la organización, nueva figura que establece el proyecto de estatutos para las delegaciones territoriales, aunque sin la novedad de una elección democrática por parte de los militantes.

Esta gestora, integrada por tres miembros, tiene la particularidad de que a ninguno de ellos se le atribuye una función específica (cosa excepcional respecto al resto de gestoras creadas también por Hervías en el conjunto de Comunidades autónomas), pero cabe deducir que la figura más respetada es la de Jerónimo Moya (portavoz de Cs en Cehegín), que sorprendentemente es una personalidad que se ha distinguido en el partido por sus posiciones críticas, lo que puede interpretarse como un guiño a la militancia en favor del cambio, incluso aunque el guiño proceda de Hervías o quizá sea que éste pretenda avalar su continuidad con nuevos valedores, distintos a los que hasta ahora eran sus corresponsales en la Región.

Valle Miguélez es la única superviviente en la gestora de la anulada dirección. Hasta ahora responsable de Organización y sin cometido concreto en la gestora, parece haber firmado su sentencia de muerte política con la aceptación de esta nueva función en el sobreentendido de que quienes aceptan la dirección provisional no integrarán los futuros órganos ejecutivos. Miguélez era la comisionada en Murcia de Hervías, la que le reportaba información al comisario político nacional, pero en realidad ha sido sustituida en ese favor por Martínez Vidal, hasta el punto de que, según fuentes de Cs, no pueden ni verse, y eso que Miguélez fue la avalista del fichaje de la actual portavoz del Gobierno.

La creación de esta gestora, que se completa con David Sánchez (un militante de tan indiscutible currículum profesional como polémico entre la militancia por su incontinencia verbal más allá de la corrección personal y política) introduce en Cs, al menos hasta el congreso nacional del próximo marzo, un nuevo factor de zozobra, ya que los nuevos dirigentes, nombrados a dedo como los anteriores (y los que vendrán) son ajenos al estatus institucional del partido. Así, tanto los consejeros del Gobierno como los diputados regionales han de someterse durante este periodo a la orientación de un triunvirato que no está implicado en la gestión política ni en la estrategia parlamentaria. Aparato provisional frente a estatus institucional, aunque éste funcione disperso.

Es en este maremagnum en el que el finísimo Javier Celdrán se recrea. De una parte, tratando de manejar la bisoñez de Vox, que en las negociaciones de los presupuestos ha combinado su rechazo a los ‘chiringuitos progres’ con la intención de que se financien los que son simpáticos a su ideología o que planteaba la aplicación del pin parental con criterios no regulados en la ley existente; de otra, hurgando en las fisuras de Cs para conseguir el favor declarativo de Martínez Vidal para dar por aprobados los presupuestos frente al distanciamiento de la vicepresidenta Isabel Franco, resistente al visto bueno al pin parental con la aprobación a sus posiciones por los representantes autorizados de la gestora nacional de su partido.

El PP, como grupo más maduro, mejor organizado y más compacto, ha jugado con las contradicciones de sus socios y, en definitiva, aunque trabajosamente, ha conseguido llevar los Presupuestos a la Asamblea con la seguridad de que serán aprobados, aunque cuenten con el voto favorable, aun a regañadientes, de Cs, y con la abstención de Vox.

Y mientras Celdrán hilaba fino según su encomienda, López Miras no ha dejado de gesticular de acuerdo a la que parece su más destacada capacidad: lanzar dardos contra el Gobierno central, siempre que éste no sea de su partido.

Esta semana le hemos escuchado un dramático discurso sobre persecuciones y acosos por parte del PSOE precisamente después de que este partido le ofreciera una propuesta alternativa para negociar los Presupuestos que habría obviado las dificultades impuestas por Vox y suavizado la convulsión interna en Cs. El victimismo sistemático suele ser un síntoma inequívoco de incapacidad e impotencia. Pero no hay más. Es lo que da la mata.