La película Padre padrone de los hermanos Taviani, basada en la novela homónima de Gavino Ledda, contaba la historia real de un chiquillo que había sido sacado por las bravas de la escuela por su padre para hacerlo pastor. Cuando se estrenó en España, acabábamos de liberarnos del yugo franquista? o eso creíamos. Aquel argumento no sonaba extraño en España, pues conocíamos el caso del poeta cabrero que compuso Vientos del pueblo y una elegía a su amigo Ramón Sijé que pasa por estar grabada en la memoria inmarcesible de las letras hispanas y, creo no equivocarme, ser uno de los mejores poemas de la literatura universal jamás escritos.

No pondré a prueba tu paciencia, querido lector, contándote la experiencia de un chaval de pueblo que aprendió las primeras letras entre fragancias de azahar y los carriles embarrados de una huerta hoy expoliada por el urbanismo rampante y una arquitectura insolente, a caballo entre los montaraces gustos del constructor y el servil sometimiento del arquitecto, sin un mínimo gusto estético que hubiera sido salvífico. Pero sí es posible que convengamos en que probablemente los años más fructíferos intelectual y culturalmente hablando fueran los del bachillerato. Si guardo recuerdo de todos los profesores que tuve, el entrañable lo reservo más para unos, pocos, del instituto. Mas no todos eran buenos, mucho menos excelentes. Alguno incluso presumió de no haber leído un libro en su vida, unos pocos eran doctrinarios y hubo quien hizo apología de ideas nada democráticas, también quienes nos dejaron alguna incógnita por resolver, tal vez para demostrarnos lo ignorantes que éramos. De aquellos que abrieron puertas y ensancharon horizontes puedo decir también que, como las meigas, haberlos, hubo.

La universidad que conocí de estudiante se asemejaba más a una escuela de copistas medievales, con el comercio de apuntes en fotocopias incluido. Tuve buenos profesores y hoy gozo del privilegio de la amistad de algunos, también pocos, pero como los buenos vinos, muy escogidos. Que aprendí mucho en la universidad, es cierto, pero va en su naturaleza actual que sea la enseñanza especializada y del aprendizaje he de decir que fue mucho mayor aún fuera de las aulas. Ya para entonces, me congratulo de haber sido capaz de abrir algunas puertas a mundos y universos tan vastos como insondables. Mentiría si dijera que en esos caminos del conocimiento no tuve guías como el Virgilio que conoció Dante en su Divina Comedia. Entre ellos algunos fueron amigos; otros, simples conocidos y no faltaron también algunos desconocidos.

No todo se aprendía en las aulas, pues los salones de actos, los auditorios, paraninfos, teatros, y hasta la barra de algún bar, podían ser puertas de entrada a otras realidades no tan virtuales. En el Tío Sentao compartí una cena frugal con José Hierro y con un actor que declamó el Autorretrato de León Felipe con tal intensidad, que aún me estremece cuando leo aquellos versos. Los libros terminaron de ensanchar las visiones de quien hoy te habla desde esta página.

De algunas amistades desconfiaba mi padre, tanto fuera por las horas a las que volvía como por algunas ideas que no encajaban con las suyas. Mas aunque nunca tratáramos de determinadas cuestiones, entre las que incluyo las sexuales, jamás se le ocurrió negarme la posibilidad de ampliar mis horizontes. Tal vez porque también entendió que hay vuelos que el aguilucho ha de emprender solo. Mi añorado amigo Edmundo Chacour me repetía una frase de su padre, que fue emigrante como él: a los hijos no hay que impedirles que vuelen, sólo hay que pedirles que vuelvan.

La polémica del pin parental me subleva y solivianta. Tan endebles son sus convicciones y su carisma con sus hijos que precisan de leyes y reglamentos que constriñan su aprendizaje, coarten sus ansias de volar y los reduzcan a un mundo como el suyo, de pequeños horizontes. El miedo a lo desconocido. ¡Y apelan a la libertad de los padres para limitar la de sus hijos! ¡Acabáramos! Seguramente también apuntarán que algunas citas que hago en estas letras son de poetas significadamente comunistas o anarquistas. Podría citar también alguno declaradamente homosexual ¡como si eso fuera un lastre para su excelencia! Pero en definitiva, esa crítica pondría en evidencia su inconsistencia intelectual, pues el argumento ad hominen es tan insuficiente como el argumento ad ignorantiam, ambas son falacias.

Leo en estas mismas páginas la opinión de un profesor de Derecho Constitucional que afirma que el pin parental es conforme a la Constitución, pues consagra ésta el derecho de los padres a que los hijos reciban la educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. Doctores tiene la iglesia, pero eso no impide que la Tierra se mueva, que bien lo sabía Galileo Galilei. Podría contestarle que la doctrina del Tribunal Constitucional establece que las leyes han de interpretarse en el sentido menos restrictivo de los derechos constitucionales y que el derecho fundamental es el derecho a la educación, que la propia Constitución diseña el contenido de éste diciendo que tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad, el respeto a los principios democráticos y a los derechos y libertades fundamentales. Son los poderes públicos quienes han de garantizar tal derecho mediante una programación general de la enseñanza, en la que podrán tener participación todos los afectados, pero es la ley, necesariamente orgánica, la que regulará el desarrollo de estos derechos. Pero no entraré en estas disquisiciones, pues tengo claro que los límites constitucionales son lo suficientemente amplios como para admitir posturas tan distantes entre sí como lo puedan estar de lo que es verdaderamente democrático.

La democracia ha de estar en las conciencias, no sólo en las leyes. Sólo así conseguiremos que éstas lo sean verdaderamente. Miremos el ejemplo de Vox: sus estatutos son democráticos, pero creo que es bastante cuestionable el espíritu con el interpretan cualquier tema: el derecho a la educación no es una libertad de los padres, sino un derecho de los hijos que ha de estar tutelado por todos los poderes públicos. La educación es una misión de la familia, pero también de la tribu, de la sociedad.

Ese filtro de democracia que las leyes exigen para los partidos políticos y también para las asociaciones, es muy fácil de salvar, basta sólo con adaptar un modelo básico de estatutos. Pero más allá de la letra está la música y cómo se interpreta ésta es fundamental para una buena audición. Cualquier melómano lo sabe: el alma del compositor en la obra está impregnada de quien la ejecuta.