Había pensado en hablarles esta semana del excelente balance turístico de nuestro municipio en 2019, porque por primera vez se ha superado el medio millón de visitantes en los centros de Puerto de Culturas. O de la foto de nuestro presidente de la Comunidad delante de las patronas de las dos ciudades más importantes de la Región: nuestra Madre de la Caridad y la murciana Virgen de la Fuensanta. Si los residentes en ambas urbes mostrásemos tanto sentido común como devoción por estas advocaciones marianas, otro gallo nos cantaría. Pero no, he decidido remangarme y meterme en el jardín.

De verdad que me sorprende la indignación, incredulidad y los numerosos reproches lanzados desde múltiples ámbitos de nuestra sociedad ante el hecho de que se defienda el derecho de unos padres a implicarse en la educación de sus hijos. Mis pequeñas hacen todos los años una excursión con su colegio y otras actividades que, en principio, nada tienen que ver con el programa educativo del centro y que, además, se desarrollan fuera de sus instalaciones, por lo que ambas llegan a casa con un papelito en el que se solicita la autorización de la madre y del padre (son necesarias ambas) para que participen o acudan a dichas actividades. Nadie se queja, nadie rechista, es un trámite necesario en el que los progenitores se responsabilizan de la salida de sus hijos bajo la supervisión de sus tutores. Es algo del todo lógico y razonable, porque no lo sería que, de repente, un docente o cualquier otro miembro del personal del colegio decidiera llevarse a toda una clase a vete tú a saber dónde y a vete tú a saber qué.

Además, los padres somos convocados cada trimestre a una reunión con los tutores donde se nos explica cómo se va a desarrollar la formación de nuestros hijos y en las que se nos pide, de una u otra forma, que participemos de esa formación y se nos dice que la educación, especialmente, en valores, se fragua en el hogar y que es un trabajo en equipo en el que también es clave la escuela. A ello debemos sumar las tutorías, los encuentros personales de los padres con el tutor para analizar la evolución del niño y aplicar o mantener las medidas necesarias para su desarrollo personal y de sus capacidades.

¿A qué viene ahora poner el grito en el cielo porque alguien defienda el derecho de unos padres a implicarse y participar en la formación de sus hijos? De verdad que no lo entiendo. ¿Estamos promulgando y defendiendo que sean otros como el Estado, los colegios, los colectivos de todo tipo y condición los que forjen los valores y la personalidad de nuestros pequeños? ¿Eso es lo que queremos los padres? Además, si lo que más que se ha criticado y se critica es, precisamente, el desinterés y la irresponsabilidad de los padres que se desentienden de la formación de su prole. ¡A ver si nos aclaramos!

¿O acaso es normal que soliciten nuestro permiso para irse de excursión o salir al cine, pero no para hablarles de cuestiones más relacionadas con las ideologías que con la formación y el desarrollo personal? ¿O lo que queremos es una sociedad en la que todos pensemos igual?

Los niños, los hijos, no son de nadie, ni siquiera de los padres, a los que sí les corresponde su patria potestad, pero tampoco y mucho menos de aquellos que quieren educarlos y formarlos según su idelogía o su manera de pensar, porque proclaman que la suya es mejor que la nuestra. Se llenan la boca colocando etiquetas a diestro y siniestro. Que si ultracatólicos, que si ultraderechistas, que si antiesto o antiaquello, cuando en realidad no es más que una excusa o un arma para imponer su criterio, porque, claro, es mejor que el de los padres del niño.

Les aseguro que no soy ultranada y tendría todo el derecho y legitimidad del mundo para votar a quien me diera la gana, porque entiendo que todos los partidos que se presentan a unas elecciones son legales y cumplen los requisitos mínimos exigidos en la ley. Pueden seguir con sus sufijos y prefijos para disfrazar las cosas y tildarlas a su conveniencia. Pero no consiento que me etiqueten de esto o de aquello por el simple hecho de que me interese, me preocupe o me quiera implicar de lleno en la educación de mis hijas.

Y sí, soy consciente de que en esta sociedad estamos muy carentes de valores, pero quizá habría que plantearse muy en serio cuáles son los que nos faltan. Porque el respeto siempre va en dos direcciones, el mío hacia ti y viceversa.

Quizá haya padres homófobos, seguro que los hay machistas y hasta existen aquellos que maltratan, incomprensiblemente, a sus hijos. Por supuesto que todas esas actitudes son condenables, pero no utilicen casos excepcionales que todos despreciamos para hacer con nuestros hijos lo que ustedes quieran, porque, un día, hasta puede que los veamos hablando catalán en los recreos.

Y no, esto no va contra los profesores, ni contra ningún educador, tampoco contra el Gobierno ni contra ningún colectivo de ninguna condición sexual, racial o religiosa. Es simple y llanamente sentido común.

Yo seré el primero que trate de educar en el respeto a todos, repito, a todos, a mis hijas. Dejen que como padre que soy cumpla también con mi papel de educador de mis niñas. Y estoy encantado de contar con su ayuda y apoyo para lograr una sociedad más justa, más generosa, más comprensiva, más igualitaria, más equitativa, más respetuosa. Eso es lo que queremos y deseamos la mayoría de los padres. ¿O no?

Les agradezco que se interesen tanto por la educación de mis hijas, que quieran transmitirles grandes valores como el respeto y la libertad. Solo les pido que empiecen por no coartar la suya y la mía.