Salimos del cine con la sensación de haber sido expulsados de la sala. Arrojados de golpe a las luces del centro comercial. ¡Este director no sabe terminar sus películas! ¿No llega demasiado bruscamente el fundido en negro sobre el rostro en primer plano de la chica? Sin tiempo para retener su mirada o averiguar el significado de su última expresión, ya estamos ante la barra del Lizarrán pidiendo unos pinchitos€ y ella se ha quedado detrás de la cortina negra y se aleja para siempre. Aunque nunca se sabe que es para siempre.

De igual forma, en la penúltima secuencia la amiga de la chica también se ha ido para no volver a aparecer más. Sin dar explicaciones. Simplemente se esfuma. Lo mismo pasa con el amante ocasional. Incluso a ese se le puede dejar en mitad de la calle o con la palabra en la boca en un cóctel. Todo queda interrumpido. Y no porque dejamos las cosas atrás, sino porque en un presente perpetu no sabemos adónde vamos. Las personas se separan de nosotros como migas de pan.

Las películas que quieren parecerse demasiado a la vida nos resultan un poco incómodas. Intentando parecer naturales se les nota el esfuerzo por mantener el artificio de la fascinación. No hay música de fondo ni trávelin ni carretera que se aleja hacia el horizonte. Ella estaba allí y en el siguiente instante ya no está. El cine se llena así de falsos finales, como la vida. El reto para el artista es convertir cada final en una elipsis que oculte los acontecimientos en el discurrir de la vida y que, borrando los pasos intermedios, y por muy débil que sea el rastro que quede en el camino, nos haga creer que ninguna interrupción es definitiva.

En el bar apuro la copa de vino y me voy reconciliando con la película porque quizá quiere mostrarnos que el reto de vivir es comprender la belleza de las elipsis. Mirar la pantalla en negro, escuchar su silencio y sentir todavía la corriente de vida en algún lugar secreto donde una parte de nosotros sigue presente. Donde, a oscuras, podamos jugar a que el espacio y el tiempo no existen. Y seguimos estando juntos. Aunque al final esté la luz del centro comercial.