Viví la dictadura, aprendí muy pronto que en este país el que no era fascista era comunista, no había término medio. O conmigo o contra mí. Recuerdo un momento de mi vida en el que, solemnemente, le preguntaba a mi padre (soy hija de uno de los perdedores de la guerra, y yo sabia que lo era): «Papá, ¿tú eres comunista?», y él me contestó, con la misma solemnidad: «Hija, yo no podría ser ni comunista ni fascista, porque yo soy demócrata». Y me preocupé por saber qué era el comunismo, qué era el fascismo, y qué era la democracia. Y este en el sistema en el que me reconozco, «el sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de éste a elegir y controlar a sus gobernantes». Y en un Estado verdaderamente libre, el pensamiento y la palabra deben ser libres.

Por mi profesión, y por vocación, soy de las que siguen todos los debates importantes que se dan en el Parlamento español. El que se celebró para la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno ha sido uno de los más importantes de los últimos años, y lo seguí con especial atención y con especial tristeza también, quizás porque, a los largo de cuarenta años de democracia, en el Parlamento español se habían guardado, más o menos, las formas de un mínimo respeto a las ideas de los otros. En este debate todo saltó por los aires, y el aire que se respiraba, por momentos, dejaba de ser democrático. Porque no había respeto a las opiniones de los demás, porque el 'que no era fascista era comunista'.

Y yo me preguntaba donde quedaba la democracia cuando Vox calificaba al futuro Gobierno de «el mayor fraude electoral de la democracia española». Pero si era lo que podíamos esperar de Vox, no debería de haber sido así por parte de Casado, que pareció intentar competir con Abascal en los mismos despropósitos. Sencillamente, porque su partido es una formación con vocación de Gobierno, e intentar ganar a Abascal en la desmesura pasándolo por la derecha es, permítaseme que lo diga, de una torpeza infinita.

Casado, que es un buen parlamentario, pareció afectado por el tsunami de Vox, y esto puede ser muy nocivo para el futuro de su partido si no sabe situarse en el centro, que es desde donde siempre se han ganado las elecciones en este país. Ciudadanos, en su incalificable torpeza, dejó libre el centro y, al parecer, el PP está haciendo muy poco para ocupar ese lugar, confundido en el ruido de Vox, situándose en ese tremendismo de Vox, haciendo el juego, en definitiva, a Vox.

Y ¿dónde queda la democracia si la oposición, en el mismo acto de investidura, pone en cuestión la legitimidad de un Gobierno que ha sido elegido por la mayoría de los españoles? ¿dónde queda la democracia si los partidos que pierden las elecciones se lanzan a la calle vociferando y poniendo en duda la legalidad de los resultados de las urnas, la voluntad del pueblo, que libremente ha elegido a sus representantes?

Les guste o no, este es el Gobierno legítimo de España, hasta que los españoles decidan lo contrario. Tan legítimo como todos los Gobiernos que han regido este país, desde la entrada de una democracia que tanto costó construir entre todos. Poner la sospecha sobre esto es dudar de la propia existencia de nuestro Estado de Derecho.

Que el PP se haya desmarcado de las manifestaciones realizadas por Vox ante todos los Ayuntamiento españoles para protestar por el nuevo Gobierno es una buena decisión si Casado quiere aparecer como el auténtico líder de la oposición. El continuismo a las tesis de Vox, solo podría traerle la confusión de su electorado que, al final, no sabría con quién quedarse, y ya saben que siempre se prefiere el original. Y si se copian las formas, las frases, las maneras de hacer política de Abascal, el perjudicado siempre sería el PP.

Señor Casado, el centro está libre, aprovéchelo.