Su capacidad de transformar el néctar de las flores en miel semejante al oro les otorgó cierto carácter mágico y alquímico, lo que hizo parecer a las laboriosas abejas como heraldos del destino ya salieran de los cabellos de un rey o fundaran su colmena sobre las mandíbulas de un león muerto. Sin pedir nada estos humildes seres, estas recolectoras proletarias de la naturaleza, nos lo han dado todo. Nos han dado el alimento, los dones de la miel que enciende los ojos y alegra el espíritu.

De ellas hemos aprendido el ejemplo del trabajo, de la constancia; la voluntad de explorar hasta llegar a la fuente primordial; la admiración por un lenguaje propio y ancestral nacido de una peculiar danza; el goce en la contemplación de la belleza, de la perfecta geometría propia de sus celdas; y no menos importante, la lección que más cuesta retener al ser humano, a saber, que la abeja solo puede herir una vez con su aguijón, que su picadura y su veneno son para un último y desesperado recurso, que solo hay que atacar cuando se está dispuesto a aceptar la eventualidad del propio fin. De haber aprendido esta lección la humanidad podría haberse ahorrado beber del amargo cáliz de la violencia en lugar del néctar de la paz en tantas ocasiones.

Humildes abejas benefactoras de la humanidad desagradecida, garantes de la polinización, dispensadoras de dones, sois seres nacidos para la exploración, para el descubrimiento, para el arte y las matemáticas de las que hacéis gala en la perfecta arquitectura de vuestra colonia. Para alcanzar la divina perfección y la santidad misma que es propia de los mártires, solo os faltaba morir inocentes, víctimas del apetito desmedido de un depredador egoísta y cruel, de su ansia por explotar para su propio beneficio y sin límites los dones de la naturaleza mientras la envenena con sus pesticidas y contamina su aire.

Faltaba y se ha logrado. Es el destino trágico del alma generosa, y vuestra alma colectiva de abeja era la generosidad misma. Los zumbidos de vuestros escuadrones han sido silenciados, vuestro futuro es incierto, os batís en retirada, como un ejército diezmado en lucha desigual contra un invasor, que para cuando cuando haya extendido su nefasta sombra por encima de todas las regiones de la tierra solo dejará detrás de sí un páramo yermo, desolado, y delante, las fauces del abismo.