Vengo de Puente Tocinos, donde mi vieja amiga María Eugenia me ha invitado para hablar sobre Miguel Espinosa en el club de lectura del centro cultural. La vida es cíclica. No veía a María Eugenia desde hace más de treinta años, cuando una noche me acompañó, junto a un equipo de TeleMurcia, en la realización de un reportaje sobre la aparición de la Virgen en las cercanías del Santuario de la Fuensanta. La Virgen congregaba cada madrugada a miles de fieles que acudían desde la capital o desde Alicante y Almería para escuchar los mensajes divinos que procedían de un pico de montaña desde el que se proclamaba que el fin del mundo estaba cerca a causa de los pecados del personal. Los mensajes no eran muy nítidos, pero si se ponía atención era fácil descifrarlos, como cuando traducimos el ritmo de cualquier canción con la cadencia del traqueteo del tren. Grabamos aquellos mensajes y, después, en una finca de La Alberca grabamos también el canto de un búho, cuyo sonido era idéntico al de la voz de la Virgen. Cuando se emitió el reportaje, se acabaron las peregrinaciones a la Fuensanta, aunque no a la redacción de la tele las de los vendedores ambulantes de bocadillos y cocacolas, que iban a buscarme con intenciones poco amigables, pues me atribuían la pérdida de la fe de tantos cientos de devotos que casualmente también eran sus clientes.

Casi cuatro décadas después vuelvo a ver a María Eugenia y constato que se ha producido lo que Leire Pajín acuñó en su día como 'confluencia cósmica'. Acudo a su llamada para hablar sobre Miguel Espinosa, autor de Escuela de Mandarines, un libro cuya portada de cada una de sus ediciones en distintas editoriales a lo largo de ese mismo periodo de tiempo reproduce sistemáticamente la imagen de un búho. ¿Inquietante? Fabuloso.

El club de lectura, concurrido y animado, integrado mayoritariamente por mujeres, es duro de roer, y hay manifestaciones escépticas que ponen en contradicción la vida y la obra del autor, aunque resulten ser la misma cosa. Hay que fajarse para despertar entusiasmo aprobatorio, aunque no la pasión en el debate.

Lo que venía a decir aquí es que hay lectores, hay lectores críticos, y lectores que merecen una biblioteca en condiciones para que sigan apareciendo más lectores, sobre todo, por lo que se ve, lectoras. Traigo una reivindicación: una biblioteca para Puente Tocinos. Pero ya.

Y esta noche, después de una tarde tan feliz, María Eugenia y yo soñaremos con búhos. Son divinos.