Frente a tan lamentable panorama, ese «es cierto, pero ¿qué puedo hacer yo para cambiarlo?» no es más que un grito a la desesperanza, que cada vez deriva más en un alud mayor de gente dentro de una melancólica expectativa: si pasara algo que arreglara esto? Pero ese algo, lo tenemos que 'hacer pasar' nosotros, pues los mediocres que nos han llevado a la mediocracia se encuentran muy a gusto en su propia mediocridad, y no están por la labor. Lo que mejor les viene es transmitir y conculcar, y contagiar, esa misma mediocridad a todos los ciudadanos, para que no vean como posible lo que en realidad debería dar una democracia. Mejor ir a la mediocracia por la ignorancia. El filósofo Alain Denault contesta a esto con una sola respuesta: «Sé radical». Y para ese estilo de radicalidad no hay que comprometerse a nada, pues ya sabemos lo que duran los compromisos, hay que embarcarse en un determinado estilo de vida, y de opinión, y de comportamiento, pese a quien pese y pase lo que pase. Albert Camus solía decir: «Embarcado me parece más correcto que comprometido», porque de un compromiso te puedes bajar, pero de un barco, no. Al menos hasta llegar a puerto.

Porque la mediocracia siempre está en tierra, anclada en la inmovilidad. Nunca embarca. Los que hicieron la Transición se embarcaron a pesar de los bunkerianos que echaban fuego y metralla, y maldiciones, por la boca; a pesar de los periodistas del ancien régime que vertían amenazas, chantajes y esparcían el miedo en derredor; a una avalancha de brutalidad que, con la fuerza que aún conservaban en sus manos, intentó por todos los medios hacer zozobrar el barco que botó Adolfo Suárez. Pero no lo consiguieron. Había muchos embarcados en ese barco. Y de distintos colores. No hacía falta que Suárez fuera una persona excepcional, solo alguien normal pero lo suficientemente honesto, y que catalizara el deseo de cuantos se embarcaron con él en el cambio de timón? Y es que, como dice el proverbio, «Dios es bueno, pero el diablo no es malo». Los políticos de la Transición eran de una enorme calidad comparados, claro, con los de hoy. Yo digo que nos sobran políticos 'incondicionales' y nos faltan políticos 'condicionantes' que condicionen y se condicionen. Ya saben. Políticos 'pero'. Yo soy de izquierdas, pero? Yo de derechas, pero? Yo soy nacionalista, pero? Gente autocrítica, gente íntegra, gente embarcada y no condicionada, gente no inmovilizada por la mediocracia de pastos y muy señor mío. Al final, el caso estriba en una sola cosa: eliminar de raíz toda corrupción que conduce al débito al partidismo, sin 'pero' alguno. Ser radical solo es romper con el pesebrismo de esa corrupción.

Al final, si tuviéramos el hábito de practicar el librepensamiento, nos daríamos cuenta que ese 'sé radical' de Denault, no significa 'a las barricadas', si no tan solo un 'sé honesto'. Vivimos tiempos en que el intentar ser honrados y consecuentes con uno mismo es ser radical; tiempos en los que la radicalidad está en los que no se someten a la mediocridad de esta mediocracia, a la que hemos amamantado con, y de, nuestras propias y mediocres ubres. Me recuerda al Mito de la Caverna, de Platón, algo que aún no ha dejado de ser mito, puesto que aún sigue vigente. Muy vigente: Como salgas de las sombras tejidas por la ignorancia de todos, y busques tu propia luz, serás reo culpable, y merecerás el castigo y el rechazo social. O sea, tienes que ser radical para poder ser tú mismo?