En la presentación del film sobre Unamuno y la Guerra Civil Mientras dure la guerra, afirmaba su director, Alejandro Amenábar, que la bandera de España es la imagen que mejor define su película. Y es verdad, Amenábar 'trabaja' espectacular y simbólicamente sobre la estética de las dos banderas (republicana y nacionalista).

Un grupo de ultraderechistas del partido España 2000 intentaron boicotear en Valencia el pase inaugural (2 octubre) de la cinta de Amenábar, que empieza con una gran bandera republicana ondeando al viento. Este grupo se levantó en medio de la sala con gritos de Viva España y Viva Cristo Rey, colocando una enorme bandera de España bajo la pantalla. Varios espectadores se enfrentaron dialécticamente con los exaltados ultras. Por cierto, estos extremistas han sido multados por «infracción grave, al perturbar la seguridad ciudadana en actos públicos».

Ya a comienzos del siglo XX, Unamuno hablaba de la crisis del patriotismo español, avivada por la guerras de Cuba y de Marruecos. Criticaba duramente la 'patriotería hipócrita' y vacua, pues él defendía un sentimiento nacional (muy civilizado) basado en la solidaridad entre los pueblos. Unamuno lamentaba que el «distanciamiento de España creciera a la sombra de un cosmopolitismo abstracto y un regionalismo volcado en la exaltación del terruño natal». Todo ello tendente hacia un ideal difuso que favorecía al 'patriotismo de campanario, donde las banderolas se usaban para eliminar y repudiar al contrario, al que no piense igual. El nacionalismo cicatero de la burguesía se había asociado con la visión limitada del mundo rural para dar a luz «un regionalismo retrógrado, proteccionista y mezquino».

Unamuno, como siempre, se enfrentó a unos y a otros. Unos, los sectores más radicales e intolerantes del nacionalismo español, patrioteros de 'hojalata'. Muy amigos de las banderitas y de los símbolos del pasado más rancio. Muy engolados, también, de fanatismo nacionalista, soberanista y constitucionalista. Otros, los más localistas, regionalistas y separatistas, habían triunfado gracias a mitos y mentiras sobre el pasado (Leyenda Negra sobre España). Este localismo deshonesto, inventándose agravios, falseaba la historia y difundía el resentimiento entre las distintas regiones.

Pero Unamuno, en un principio, en el verano del 36, recibió con alborozo el 'alzamiento militar', efectuando acciones difícilmente comprensibles en él, que era un declarado antimilitarista. Lo justificaba por su rechazo a unos dirigentes republicanos, a causa de su pésima gestión, que habían provocado la revolución bolchevique en España y por su horror ante algunos desmanes, tropelías, de grupos radicales del Frente Popular.

El conflicto bélico entre españoles le «traumatizó como una enfermedad irreversible que le cambió y le envejeció sobremanera». Además, Unamuno creyó 'ingenuamente' que el golpe militar triunfaría en pocos días, prácticamente sin derramamiento de sangre, con el objetivo de rectificar el destino de una República cuya supervivencia no se puso en duda al principio. Ni siquiera la de la bandera tricolor.

Es más, según muchos de los biógrafos de Unamuno, entre ellos Colette y Jean-Claude Rabaté, la proclamación del golpe de Estado, en la Plaza Mayor de Salamanca, finalizó con un «¡Viva la República!». Lo mismo que el general Queipo de Llano, en Sevilla, o Cabanellas y otros altos cargos militares sublevados, que cerraban así sus arengas. Al principio del 'alzamiento militar' se hablaba de un golpe de Estado para restablecer la legalidad (encauzar la República), no para cambiar el sistema institucional o imponer una dictadura militar. Y Unamuno, incauto, lo creyó, a pesar de que un piquete de soldados con sus ametralladoras, durante la lectura del bando de guerra en la Plaza Mayor, acabó en disparos y varios inocentes salmantinos muertos.

Unamuno tuvo muchas contradicciones, pero en las fechas 'negras' entre julio y setiembre del 36 estaba desubicado, aislado en provincias, anciano y muy presionado por 'salvar' a su familia. Y sería todo lo republicano que fuera y demócrata (también era un liberal anticuado, un rector de universidad, un intelectual crítico), pero no un 'rojo' revolucionario ni un 'frentepopulista. Acusaba a algunos cabecillas republicanos y frentepopulistas (a Azaña y a Largo Caballero principalmente), de la degradación de la convivencia social y política de los españoles. A Unamuno le llegaban, a través de la radio republicana y de algunas visitas, los atroces desmanes, venganzas y asesinatos atroces, del bando sublevado contra 'los rojos'. La ciudad de Salamanca estaba plagada de fascistas, falangistas, militares rebeldes y nazis alemanes. Poco a poco Unamuno se fue 'bajando del burro' franquista para colocarse en medio de las dos Españas, de las dos banderas. Se da cuenta, al fin, de su errada percepción del alzamiento militar. El pronunciamiento militar no rectificó la República; es más, la hundió y masacró.

No soportaba los conceptos y símbolos de la 'cruzada cristiana franquista', la guerra 'incivil' de liberación. No 'tragaba' con ese maridaje de la sacristía y el cuartel. El sector más integrista de la Iglesia católica española impuso su 'cruzada' con Franco. Pero la 'defensa de la civilización occidental cristiana', que tanto predicaban juntos, contribuyó a la masacre de 'antiespañoles'.

Esa herida todavía sigue abierta para intentar reconciliar a 'hunos' y a 'hotros', según Unamuno. Parece que la reconciliación está aún lejos de llegar a nuestro país. Tuvimos una Transición inicialmente buena, pero luego derivó en desilusión para muchísimos españoles por las posiciones corruptas y los favores y prebendas entre las fuerzas políticas/sociales del bipartidismo. Se ignoraron de los principales problemas de la gente, del ciudadano.