Por circunstancias familiares, Julia se encontraba sola esa Nochebuena. Nunca había afrontado la necesidad de cenar consigo misma un 24 de diciembre y su estado de ánimo era realmente calamitoso. Estaba hundida, casi bruna, como diría Miguel Hernández, y no dejaba de recordar las felices reuniones de ese día con todos sus familiares, gastando bromas y cantando villancicos hasta la madrugada. Muy abrumada, se le ocurrió comunicar su situación por una de las redes sociales de mayor difusión, esperando que alguien contestara y ello le sirviese de entretenimiento mientras degustaba una sopa, un pescado, fruta y un par de dulces navideños, sin cava, pues no tenía nada que celebrar.

Pronto quedó sorprendida, pues su teléfono empezó a recibir mensajes de solidaridad, llegando a hacerse su llamada viral, como se dice ahora. Multitud de personas, unas conocidas y la mayor parte absolutamente ajenas le contaban sus experiencias en ese trance y le invitaban a trasladarse a su domicilio para compartir la obligada alegría de la fecha. Julia, prudentemente, rechazó las citaciones, pero es que ya no las necesitaba, pues cenó con todas las personas que la llamaron y el tono entristecido de su primer mansaje pronto se tornó divertido, compartiendo con los demás anécdotas llenas de humor y mofándose, en definitiva, de quienes pensaran que estarían solos.

Lo más sorprendente fue que uno de los grandes hoteles de la ciudad, donde a la semana siguiente se celebraría la típica fiesta de Nochevieja, la exhortó a unirse, como estrella invitada, a los comensales, pensando sin duda otorgar con su presencia un atractivo al evento que lo hiciese distinto, que compensase con algo de sensibilidad la artificiosidad y la viscosidad de esos anuales encuentros, donde todos aparentaban divertirse, pero, en verdad, solo el alcohol les evadía unas horas de sus problemas, de sus realidades.

Hasta el capitán de un barco crucero invitó a Julia a embarcarse en una travesía navideña por el Mediterráneo. Las risas que todo esto le proporcionó compensaron sobradamente su soledad esa noche, llevándole a meditar sobre la bondad humana, que había solucionado sus siniestras expectativas para esas horas. Cuando, cansada, se acostó, se durmió con el constante sonido del móvil recibiendo más y más mensajes; estaba sorprendida y complacida. Nunca una idea le había producido tanta felicidad, su Navidad esta vez sería distinta, acompañada por quienes querían ayudarle aun sin conocerla. Aficionada a las nuevas tecnologías, asumió las grandes ventajas de esas pequeñas máquinas cuando sirven para transmitir sentimientos, lo que verdaderamente ocurre en contadas ocasiones. También valoró las casi siempre inútilmente utilizadas redes sociales, convencida ya de sus ventajas. Estaba entusiasmada por la acogida de su SOS, su agradecimiento no tenía fin. Y le vino a la cabeza la acertada frase del pensador francés del siglo XVI Monteigne: porque somos humanos, hablemos. Ella decidió no tragarse su soledad, sino proclamarla, hablar de ella, y su llamada fue multiatendida. Quedaba humanidad en las personas y eso es lo que más le confortaba.

Al levantarse a primera hora, mientras la gente dormía los excesos de la cena, ella se limitó a contestar a todos con un único comentario: muchas gracias. Y salió a la calle a disfrutar de la Navidad, convencida de que la suerte que había corrido se haría extensible a muchas personas que estuviesen en su situación, quienes evitarían así la soledad en esa fecha tan significada. Pasó el día de fiesta valorando las ofertas recibidas, pero al final decidió rechazarlas todas, no por desagradecimiento, sino porque ya no tenía el problema que propició su mensaje, ya no estaba sola.

Se propuso pasar la última noche del año, la plúmbea Nochevieja, como había pasado la Nochebuena, esto es, no acompañada físicamente, pero conectada con quienes tanto le ayudaron.

Y asumió que, como opinó Ortega y Gasset, 'soledad' es la palabra más bella del idioma español, porque expresa el estado natural en que se encuentra el hombre (y la mujer) consigo mismo.

Sin quererlo, había inventado una forma nueva de neutralizar la tristeza en fechas muy especiales. Ya nunca estaría sola, pese a que a veces nadie estuviese a su lado.

Feliz Año Nuevo, Julia.