Científicos advierten de que La Manga del Mar Menor podría quedar sepultada por la elevación del nivel de mar dentro de unos 40 años. Se trata de un futurible en sentido estricto, es decir, de algo que se dará en el futuro tan sólo si se dan unas condiciones determinadas, en este caso al incremento sustancial de la temperatura del planeta como consecuencia de los gases de efecto invernadero. Pero mientras avanzamos hacia ese porvenir cuasi apocalíptico por mor de la irresponsabilidad de quienes se muestran incapaces de adoptar las medidas necesarias para contener el calentamiento global, ya hoy, y desde hace mucho tiempo, estamos instalados en una degradación ambiental que muestra signos de irreversibilidad.

Ahí tenemos como muestra el Mar Menor, cuyo sangrante deterioro se debe, en lo fundamental, a la recepción de nitratos provenientes de la agricultura intensiva. Por tanto, es este sistema de producción agrícola el que ha de ponerse en cuestión y, por extensión, el modelo económico global en el que se subsume, que no es otro que el modo de producción capitalista. Y no, esta afirmación no es producto de la mentalidad febril de quien esto escribe al encontrarse afectada por el virus del populismo comunista, es una simple constatación de hechos: la búsqueda compulsiva de plusvalías por parte de la agroindustria exportadora conduce a una hipertrofia de los rendimientos, con su secuela de agotamiento de los recursos (agua) y la propia contaminación de éstos, con los evidentes daños colaterales a su entorno natural. Perjuicios que no se limitan a la mencionada concentración de nitratos en la albufera marmenorense, sino que los cambios orográficos provocados por la disposición de los cultivos alientan las riadas (efecto del cambio climático) que se dirigen hacia las poblaciones ribereñas, fundamentalmente Los Alcázares, sumiéndolas periódicamente en inundaciones catastróficas.

Así pues, la lucha contra el cambio climático no puede quedar limitada a la descarbonización de la economía mediante la sustitución de los combustibles fósiles por las energías renovables en el seno de los procesos industriales. Que es de lo que, en lo fundamental, han tratado en la reciente y fallida Cumbre del Clima de Madrid. Su fracaso se sustenta en que no se han trascendido los intereses mercantiles, de búsqueda de maximización del beneficio, que subyacen a las maniobras de los países y empresas promotores del evento. Efectivamente, no se ha encontrado un punto de consenso a la hora de calibrar la regulación de los llamados mercados de emisiones, un concepto aberrante que lleva a la Bolsa y a la especulación el mercadeo de los derechos de emisión, en virtud de los cuales las instalaciones industriales compran y venden su capacidad legal de contaminar(quienes emiten menos gases de los autorizados venden su excedente a quienes los superan). En ese contexto se inscribe el Pacto Verde Europeo, que básicamente consiste en que el dinero público, a través del Banco Europeo de Inversiones, financie la transición energética de las grandes empresas, sin duda a costa de unos recursos limitados que se van a drenar de la sanidad, la educación y el gasto social, habida cuenta de las restricciones presupuestarias austericidas que se han cronificado en la UE.

A la vez que desde el poder nos hablan de que la voluntad de luchar contra el cambio climático es sincera, se vuelve a poner sobre la mesa el proyecto de macropuerto del Gorguel, que representa la destrucción de un enclave de alto valor ecológico, la Sierra de la Fausilla (LIC y ZEPA), además de fomentar el transporte de larga distancia, responsable en un alto porcentaje de la emisión de gases de efecto invernadero. En la misma dirección depredadora, anuncian nuevas urbanizaciones en el entorno del Mar Menor, lloviendo sobre mojado.

Es imposible revertir la devastación ecológica y el cambio climático mientras vivamos bajo un sistema que busca obsesivamente el continuo estiramiento de las ganancias mediante la intensificación de la producción y el consumo como si no hubiera un mañana. Mientras la codicia capitalista rija los destinos de la economía.