Las políticas públicas de la memoria histórica no comenzaron a desarrollarse en España hasta el año 2006. Fue entonces cuando se promulgó el Estatuto de Ciudadanía Española en el exterior, dando protagonismo por primera vez a las personas exiliadas de España por el régimen franquista. En la exposición de motivos se cita el exilio como «una pérdida para el desarrollo económico, cultural y social de España».

El exilio de las mujeres republicanas de la cultura supuso una gran carencia de innumerables y valiosos talentos nunca retornados y ni siquiera inscritos en la memoria colectiva de nuestro país, a pesar de los importantes estudios de las investigadoras Antonina Rodrigo, Mary Nash, Pilar Domínguez Prats y Alicia Alted Vigil.

Francia y México fueron los dos países fundamentales del exilio republicano español. Alicia Alted sitúa el exilio a Francia entre finales de enero y principio de febrero de 1939 en 465.000 personas. Pilar Domínguez calcula que salieron de Francia o del Norte de África, rumbo a México, unas 20.000 personas exiliadas españolas, de las cuales 8.000 eran mujeres. Todas huían de una Europa destrozada por la contienda y esperaban encontrar un modo de vida digno en México.

Las mujeres españolas del exilio eran de muy diversa procedencia, nivel cultural, formativo o socioeconómico. Algunas de ellas se habían incorporado a la vida pública durante la República, lo cual había significado un cambio importante para una sociedad monárquica reaccionaria que las había relegado secularmente al hogar. Precisamente fueron las mujeres más cualificadas (maestras, periodistas, científicas, escritoras) las que tuvieron la oportunidad de ocupar puestos de responsabilidad durante la República, por los que luego tuvieron que exiliarse. El exilio se llevó de España a una parte importante de la minoría femenina culta del país y en este sentido su pérdida fue irreparable. La lista de talentos es larguísima, destacando entre otras: la diputada y crítica de arte Margarita Nelken, la diputada y ensayista Matilde de la Torre, la también diputada y maestra Veneranda García Manzano, escritoras destacadas como María Teresa León, Concha Méndez o Ernestina de Champourcin, la diplomática y embajadora Isabel Oyarzábal, la filósofa María Zambrano, la ministra y escritora Federica Montseny, la doctora Amparo Poch y Gascón, cofundadora de Mujeres Libres y Directora General de Asistencia o la primera Alcaldesa de Valencia y brillante pedagoga en el exilio Guillermina Medrano. Entre ellas se encontraban también numerosas mujeres, muchas de ellas jóvenes, obreras o de clase media, que habían ejercido importantes responsabilidades políticas dentro de los partidos y sindicatos. La mayoría de las dirigentes que habían pertenecido a los movimientos de mujeres como la Asociación de Mujeres Antifascistas, la Unió de Dones de Catalunya o Mujeres Libres se exiliaron a Francia y luego varias de ellas continuaron el exilio en México. Junto a estas, otras muchas mujeres anónimas que habían trabajado para la causa republicana en los talleres de confección de prendas para el frente, como enfermeras, como maestras en las colonias infantiles o como personal en las oficinas de la Administración.

Tanto en Francia como en México, miles de mujeres que eran amas de casa en España, se vieron obligadas a aceptar un trabajo remunerado y a cambiar la tradicional división del trabajo entre hombres y mujeres en la familia. Un gran porcentaje poseía una baja cualificación, limitada a estudios primarios en el mejor de los casos, concentrándose en el sector de la industria textil y de los servicios. Destacaba una minoría cualificada de maestras, intelectuales y profesionales. En el exilio las mujeres se agruparon políticamente en organizaciones como la anarquista Mujeres Libres o la Unión de Mujeres de España de México, definida por Pilar Domínguez Prats en De ciudadanas a exiliadas como «una organización unitaria y abierta, donde había comunistas, socialistas, republicanas, sindicalistas, esposas de intelectuales y obreras».

Todas las mujeres españolas exiliadas, con independencia de su nivel formativo o socioeconómico compartieron un importante objetivo: la preservación de las lenguas y de las diferentes expresiones culturales de España. Cada una a su manera, en su hogar, en su círculo vecinal, cultural o profesional, de forma oral, escrita o visual, difundió su bagaje cultural, rico y variado, además de transmitir los valores republicanos.

Se calcula que cerca de 5.000 intelectuales se exiliaron de España. Dejaron una impronta importante en México, por lo que en numerosas ocasiones se calificó el exilio como 'intelectual'. El conjunto de profesionales de la enseñanza que se exilió fue grande, representó en México más de 2000 personas. Las maestras españolas llegadas a México representaron un importante porcentaje: el 83% de las exiliadas con profesión declarada. Las profesoras que ejercieron su labor en México constituyeron un pequeño pero influyente sector de la población femenina española refugiada, transmitiendo los valores de la cultura española republicana a la juventud exiliada o nacida en el exilio.

Decía la catalana Margarita Xirgu, una de las mejores actrices trágicas del teatro del siglo XX, condenada al exilio perpetuo por su apoyo a la República española: «Qué sabios eran los griegos; no te mataban, te exiliaban».

Han pasado 80 años desde el inicio del exilio y de la desposesión del acervo intelectual y cultural de España. Una pérdida imposible de valorar. Durante el exilio, las mujeres de España difundieron la cultura y los valores de la República en otros países, mientras que desde el suyo tuvieron que soportar la difamación y la censura del régimen franquista y tras este, el olvido. A pesar de que la Ley Orgánica para la igualdad efectiva de mujeres y hombres haya establecido la necesidad del reconocimiento de la aportación de las mujeres a la historia, la cultura, o las ciencias, la participación de las republicanas aún se desconoce en España.

Recuperar la memoria de la contribución de las mujeres republicanas de España a la cultura es una necesidad social y una demanda más que justa e ineludible para una educación por el fomento de la igualdad y de la veracidad histórica.