Casi todo el mundo recuerda el primer beso, la primera vez que hizo el amor y el primer libro con el que descubrió la poesía. En mi caso fue El Cementerio Marino, aunque hoy eso suena a otra cosa. En otro tiempo, El Cementerio Marino fue un asombroso poema de Paul Valéry acerca de un mar cargado de reminiscencias platónicas y reflexiones sobre el tiempo, la eternidad y la muerte. Hoy la Historia del mundo, de Europa y hasta de la Región de Murcia parecen haberse empeñado en desnudarlo de toda poesía para que entendamos ese título en su más trágica y brutal literalidad.

En la Región de Murcia, el cementerio marino es el Mar Menor. Nuestra pequeña laguna salada, hogar de hipocampos que han acabado por pudrirse de tanto pasar por la boca de Teodoro García. Es verdad que su partido, responsable directo del desastre, ha perdido las últimas elecciones, pero ha sido a costa de su marca negra. De modo que uno no puede evitar pensar en los murcianos y las murcianas como esos peces que saltaban desesperados de un agua en la que ya no podían respirar, para caer en la arena donde les esperaba más de lo mismo, solo que peor, si cabe.

Llámenme especista, pero aún peor es la situación si abrimos foco y pasamos al Mar Mediterráneo. Allí el cementerio no es de peces sino de seres humanos. El mar amable, que fue la más enriquecedora vía de comunicación comercial y cultural de la Historia, se ha convertido en la ruta migratoria más peligrosa del mundo. Un muro de agua. Hemos convertido la cuna de la civilización en una tumba anónima, que crece cada semana. Un monstruo hostil que sólo parece calmarse cuando es fotografiado con las manos en la masa, y disimula, y se aplaca, y lame como arrepentido el cuerpo de un niño muerto al que acaba de escupir en una de sus playas. Aunque solo lo parece, porque un segundo después pasamos con el dedo a la siguiente noticia de nuestro teléfono móvil y se nos olvida que todos los días se repite la misma escena en otra playa de Turquía, de Siria, de Líbano, de Jordania, o en el fondo de nuestro exclusivo cementerio marino.

Hay otro cementerio aún mayor que es de peces y de seres humanos y de todo. El cementerio de todos los mares en el que estamos sumergiendo el planeta, cambiando el plancton por microplásticos, y los peces por plásticos, y las islas por archipiélagos de plástico que han creado un nuevo continente de plásticos en el Pacífico Norte, y otro en el Atlántico Norte, y otro aún más reciente en el Pacífico Sur. Tres de los cinco grandes giros oceánicos, y subiendo. Un cementerio marino que ha empezado su lento proceso de incineración al fuego de un cambio climático en el que mueren o son desplazadas millones de personas y se consumen decenas de miles de especies. La sexta gran extinción es nuestra. De la especie humana, que sube al podio de los grandes desastres naturales del planeta junto al meteorito y las erupciones volcánicas masivas.

No es difícil imaginar una superficie de agua estancada, cubierta de plásticos y de peces muertos. Un planeta en el que quien quede mirará al horizonte pensando: Antes todo esto era mar. Estamos más cerca cada vez de esa imagen. Y lejos, cada vez más lejos, de aquel mundo en el que dimos nuestro primer beso y El Cementerio Marino era solo un poema.