La Argentina es un gran país que heredó una parte considerable del virreinato español del Mar del Plata y acogió en su seno inmigrantes de origen europeo (principalmente italianos, alemanes y españoles), atraídos por lo que era entonces un país grande, rico y poderoso. En 1985 tuve la oportunidad de conocer a un argentino cuyo abuelo era uno de esos inmigrantes alemanes de apellido Grünewald, en unas circunstancias harto peculiares y que tienen todo que ver con la turbulenta historia de aquel inmenso país. Aquí las describo someramente

Fico, la reducción cariñosa del original Federico, era y es un apasionado navegante cuyo mayor sueño consistía en atravesar el Atlántico navegando en solitario. Por aquel entonces me vino el encargo por parte de Licor 43, a través de la agencia de publicidad donde trabajaba en Cartagena, de organizar una campaña de relaciones públicas basada en eventos de bienvenida en clubes náuticos de todo el país para la tripulación del barco denominado como la conocida marca, que acababa de culminar la vuelta al mundo a vela.

Fue uno de mis primeros encargos profesionales como publicitario, y me dio la oportunidad de moverme por todo el país y desarrollarme en un campo específico (las relaciones con los medios) que nunca más volvería tocar en la que ya es una larga trayectoria de dedicación a la publicidad y a la comunicación comercial. Mi labor consistía básicamente en convocar a los medios para recibir al Licor 43 a su llegada a puerto. La aparición sobre el horizonte del barco con el velamen desplegado propiciaba un momento de emoción entre los periodistas que tenía su cumplido reflejo en el espacio dedicado al acontecimiento en los periódicos del día después.

Para sorpresa de propios y extraños, en Bilbao apareció entre la tripulación conformada por chavales de Cataluña, Valencia y Baleares (el cartagenero de rigor se había descolgado, creo, en una de las primeras etapas) el que después llegaría a ser mi buen amigo Fico. Este se había embarcado en Mar del Plata en un barco que participaba en la regata. Cuando llegó a Southampton, el punto de origen y final de la regata, las autoridades británicas le dieron 48 horas para abandonar el país. Entre Mar de Plata y Southampton había acontecido un hecho significativo que explica la orden de expulsión: la guerra entre Argentina y Reino Unido a cuenta de las Malvinas. El propio Fico me contó que contempló desde su barco a la Armada inglesa navegando a toda máquina con rumbo a las Malvinas, mientras este se dirigía a territorio enemigo.

Fico se quedó viviendo en nuestra casa unos seis meses después de la arribada final a Cartagena. Despareció sin más un día, dejando una bolsa que llevaba desde Buenos Aires en los que un bote de sal tenía una etiqueta con un precio de varios millones de pesos argentinos. Y así todos los productos de supermercado de la bolsa en cuestión. Era fruto de un episodio de hiperinflación argentina que no fue el único precisamente. Unos días después de su misteriosa y repentina desaparición, nos llegó una postal desde Amsterdam en la que Fico nos contaba que se había embarcado con un padre y su hija que se aprestaban a llegar a la capital holandesa navegando por los canales que atraviesan la geografía francesa, algo irresistible para un navegante curioso e inquieto como él.

No fue esa la primera vez que mi familia y yo acogimos a Fico en España. Años después volvió a recalar por nuestros lares buscando también mejor fortuna que la que le deparaba otra crisis brutal de la economía argentina, de las que ya he perdido la cuenta. En aquella ocasión consiguió la nacionalidad española, que él ansiaba tener como seguro frente a otras eventuales y futuras crisis. Parece mentira que un país con esas extraordinarias riquezas naturales como es Argentina, entre las que destaca unas población generalmente bien educada y culta, caiga de forma recurrente y desde hace décadas en la trampa del populismo. Es lamentable porque los mismos argentinos son conscientes que desde principios del siglo XX no han dado a su país la más mínima oportunidad de abrazar una dirección económica responsable por un período suficiente que los saque del ciclo infernal del excesivo gasto público, economía intervenida y sujeción al poder sindicalista, con la correspondiente corrupción endémica que ese estado de cosas conlleva.

Los argentinos no tuvieron la inmensa suerte de poder aguantar a pie firme y con ayuda y consejo norteamericano el terrible plan de estabilización a finales de los años cincuenta que dio paso finalmente a una economía de fundamentos ortodoxos y financieramente estable, reforzada por la entrada en la Unión Europea, que nos pone a salvo de las veleidades socialistas como a la que ahora nos vamos a enfrentar con el próximo Gobierno que se nos avecina.

Parecía que con Mauricio Macri la cosa estaba bien encauzada. Por lo menos se había ganado el respeto y la credibilidad de los grandes organismos financieros mundiales, como el FMI, una pieza muy importante en la resolución definitiva del sudoku que constituye desde hace décadas la economía argentina. Es una tremenda pena que podamos asistir nuevamente a una espiral de descenso a los infiernos por parte del país hermano, nuevamente embarcado en otra fase de populismo peronista que solo puede conducir a la frustración de expectativas y a la eterna melancolía tan bien encarnada musicalmente en el tradicional y desgarrador tango.

Esperemos que la cosa no sea tan grave para necesitar acoger por tercera vez a mi buen amigo Federico Grünewald, aunque lo haríamos a gusto y con todo el corazón. Por las noticias que me envía cada año por esta época sé que su situación es óptima personalmente desde hace tiempo, dedicado a su maravillosa familia y ejerciendo de skipper en un Club Náutico situado en el estuario del Río de la Plata. Ojalá el destino del país entero se estabilice de una puñetera vez y para bien, como la vida de mi amigo.