Demandar ya la atención psicológica universal y gratuita, al alcance de la ciudadanía en el momento y ámbito pertinente, es una cuestión de gobernanza, de salud pública global, una obligación deontológica para todo profesional... y debería ser un compromiso ético y moral de los responsables políticos.

Vaya por delante que la Psicología es 'una'. Hablar de la persona lleva implícita la dimensión psicológica que la atraviesa. 'Una' dimensión que sustenta 'una' estructura inherente al cuerpo, pero cuyas manifestaciones reflejan estados de diversidad al abrigo de las circunstancias personales, relaciones, sociales y ambientales.

Así las cosas, la sociedad (las sociedades) también responde a patrones de estructura que igualmente quedan atravesadas por sus instituciones. Todo, en ella, parece responder a un orden intangible y, en apariencia, caótico, a duras penas visible desde la inconsciencia, pero muy real en los relatos dominantes de la actualidad.

Hablamos de los malestares de hoy y de cómo la Psicología, en el terreno de la atención a las necesidades de las personas, las psicológicas, se posiciona.

De este tiempo hiperactivo, que se inscribe en el desarrollo desde el nacimiento, surgen grandes sufrimientos agolpados en los escaparates de nuestras instituciones; el síntoma estrella de nuestra modernidad es la angustia, en sus muy variadas manifestaciones; así, la sanidad, la educación, los servicios sociales y los sistemas formales de control, como Justicia y Seguridad Ciudadana, están inundados de estas demandas. Todos recogen la diversidad en los rostros del dolor de una época, cuya salud mental está en la diana de la Política.

La ideología del mercado marca los parámetros en los que las instituciones pueden y 'deben' moverse. Sus principios revestidos de apariencia en una rentabilidad que se maquilla de sostenibilidad, son un ejemplo de apropiación de otras ideologías que, más centradas en el bien común, tratan de sobreponerse. Pero su inercia es un agujero negro cuya fuerza centrípeta lo arrastra casi todo.

Aviso a navegantes: el 'Estado del Arte' del Malestar arroja frustraciones que estallan en conflictos de envergadura tan diversa como incontrolada cuyos tristes resultados contabilizan, por ejemplo, un Mar Menor expirando, una fractura social desde los nacionalismos mal entendidos y comprendidos o, en lo que nos ocupa, un sistema de salud mental 'reconvertido' en cajón de sastre al absorber todo el malestar social. Las listas de espera para atención psicológica de algunos centros de salud mental en la Región alcanzan el año; para algunos profesionales por zona, incluso los dos. Ya les decimos: es imposible, reventará.

Los problemas educativos, la transgresión de la ley o las necesidades que surgen de atención psicológica ante circunstancias de adversidad, vulnerabilidad o crisis sobrevenidas pasan por un diagnóstico mental sin el cual la ayuda, los refuerzos o los apoyos no son otorgados.

Porque, ya se sabe, la energía no se destruye; se transforma. La clave es en qué dirección se orienta. Farmacología que no cura, empleabilidad que no emplea, emprendedores que apenas llegan a fin de mes, empobrecimiento condenado al asistencialismo o modificaciones del comportamiento que no pasan por el pensamiento... Caldo de cultivo, germen de una mecha construida desde los intereses partidistas de cada momento, alejados de propuestas que apuesten por el desarrollo de las personas, su sociedad y el mundo en que habitan.

La Psicología, no exenta de sus propias contradicciones, es 'una', pero ha de adecuarse a los males de su momento y a los espacios que ubican a los profesionales. Por eso pedimos que formen parte del sistema: los necesitamos para atender lo propio de los Servicios Sociales (en desprotección infantil y juvenil, orientación y atención familiar, dependencia,colectivos vulnerables, mayores); de la Educación (en diversidad, convivencia, acoso escolar, aprendizaje); de la Salud (en prevención ante desórdenes emocionales, en trastorno mental); en Justicia (familia, credibilidad, violencia de género, agresiones sexuales, discapacidad, menores).

La salud mental es multifactorial; sus males no sólo son del orden de lo sanitario, o de los aprendizajes o de sus rendimientos. Un adolescente, para entender lo que le pasa, para dejar de ser 'un adicto' a lo que sea, o 'un violento' con sus iguales o padres, o cualquier otra expresión de que algo no funciona necesita restablecer la confianza en el adulto, e igual de importante, o más, en la ética del sistema que lo sustenta. De ahí deriva la autoridad (auctoristas) que fundamenta el 'sentir-se' miembro de una sociedad; de otro modo, los procesos de socialización se dificultan o fracasan.

Una cosa es 'no gastar más de lo que tenemos', pero es perverso gastar a veces menos y, muchas otras, más, justificando recortar, para atender peor y no planificar adecuadamente, saltándose el conocimiento de disciplinas como la nuestra, que tienen mucho que decir en lo que hoy acontece a las personas.

La Administración pública no es una empresa. No. Como no lo es un Estado social, democrático y de Derecho. La primera es el brazo ejecutor de la segunda. Son la estructura vertebral que sostiene la cohesión social y garantes del desarrollo al servicio de la ciudadanía.

No olvidemos que su sentido es crear un sistema de servicios dirigido a fines de bien común, sostenible, por supuesto, dentro de lo razonable y viable, según los criterios de las disciplinas que sustentan el conocimiento necesario y suficiente, al arbitrio de políticas de apariencia que carecen de todo análisis crítico de la realidad.

Abandonar el desarrollo comunitario, las atenciones preventivas que frenan los agravamientos aumentando las tasas, contabilizadas al peso, en diagnósticos de enfermedad mental, abocando a la infancia y adolescencia a un callejón sin salida, o a los desempleados de larga duración a una etiqueta 'de baja empleabilidad'... O transformar la desventaja social en una acreditación que certifica la situación o riesgo de exclusión. dándole el golpe de gracia, con un carnet de la vergüenza, no pueden ser, pero son, el argumentario político al servicio de unos intereses que no redunda en el bienestar de la ciudadanía, pero sí en la cuenta de resultados sobre la tensión social al servicio del control.