Incluso hoy, doscientos años después de la desastrosa catástrofe que acabó con nuestros antepasados del siglo XXI, somos incapaces de explicar la ciega y convulsa época que vivieron aquellos extraños seres. Sin embargo, aunque nos sea imposible encontrar la respuesta a su inexplicable modo de proceder, no podemos evitar que vuelvan a nosotros una y otra vez las mismas preguntas.

Tal vez durante la segunda mitad del siglo XX, aquellos extraños seres aún no fueran conscientes del problema. Es difícil de creer, pero es posible. No obstante, iniciado ya el siglo XXI, los estudios demuestran que la gravedad del problema era conocida ya en todos los sectores de la población. El incremento de las temperaturas, de los desastres naturales, la extinción masiva de especies animales y vegetales y el ostensible deshielo de los polos no dejaban lugar a dudas.

Sin embargo, y esto es lo más incomprensible para nosotros, esas mismas evidencias ofrecían a la comunidad internacional las soluciones concretas y relativamente fáciles de implementar que podían haber evitado la catásfrote, salvando así la vida del planeta. Por qué no solo no adoptaron esas medidas sino que, muy al contrario, aceleraron su carrera hacia el abismo, es algo que aún hoy seguimos investigando.

Aquellos extraños seres sabían, debían saber, que el fin de su mundo no sería un Apocalipsis, que no iba a ser un cataclismo que lo destruiría todo y a todos de una vez y para siempre. Debían saber que se trataría de un cambio lento en las condiciones de vida, que nunca estaría justo a punto de llegar, pero que estaba allí en todo momento, haciéndose con todo. Debían saber que lo que llamaban morbosamente ‘el fin del mundo’ no acabaría totalmente con la especie humana. Porque aquellos extraños seres eran humanos, como nosotros. Homo sapiens. Ellos mismos eligieron ese nombre. Cabe especular que de forma irónica. Pero por muy extraños que fueran, eran como nosotros. Y, en todo caso, debían ser conscientes de que morirían poco a poco y que por tanto, al final, no morirían todos.

Las últimas teorías han arriesgado que la lenta pero imperiosa catástrofe que arrasó la humanidad durante el siglo XXI debió ser en realidad una forma de acabar con una buena parte de ella, una especie de dispositivo de control poblacional. Tal vez aquellos extraños seres por fin entendieron la lección de Malthus, y decidieron ponerle remedio por la vía del exterminio masivo de excedente. Aunque aquí no hay consenso entre los historiadores. Unos sostienen que aquellos extraños seres sabían lo que hacían, que seguían un plan secreto y minucioso para acabar con la inmensa mayoría de sus congéneres más desafortunados.

Otros consideran que fue la mezcla clásica de azar y necesidad la que reajustó las condiciones de vida sobre el planeta. Sea como fuere, en el breve transcurso de un siglo y medio, murió más del noventa y cinco por ciento de la población mundial, y solo quedó sobre el planeta la pequeña representación de la humanidad a la que debemos nuestra actual existencia. Por qué esa pequeña representación es calificada como ‘rica’ en todos los textos de la época, o por qué se les consideraba, bien con odio bien con admiración, como ‘una minoría privilegiada, es algo que tampoco hoy conseguimos entender. Y es ya de todo punto incomprensible, teniendo en cuenta las insoportables condiciones de existencia en las que dejaron el planeta y que todavía hoy, doscientos años después, sufrimos los hijos de los hijos de sus nietos.