La actual campaña electoral británica, preludio de las decisivas elecciones que tendrán lugar el día 12 de diciembre, tiene como peculiaridad histórica que ha provocado que el público asistente a los dos debates televisados se haya partido de risa con cada uno de los respectivos candidatos. La primera vez fue en el primer debate, cuando Jeremy Corbyn afirmó rotundamente, después de un breve circunloquio incomprensible, que «mi postura sobre el Brexit está perfectamente clara». La risa espontánea fue fruto del convencimiento popular, basado en la estricta realidad, de que si en algo la postura de Corbyn y los laboristas no ha estado clara en ningún momento es en lo relacionado con el Brexit.

La segunda carcajada espontánea surgió en el segundo debate, esta vez a costa del actual primer ministro y candidato con más posibilidades a seguir ocupando el cargo, Boris Johnson. El motivo fue su afirmación de que él 'no mentía', cuando es universalmente conocida su propensión a meter unas trolas apocalípticas, sobre todo en relación con su tormentosa vida privada y sus infidelidades matrimoniales profusamente documentadas. Esta última risotada del público ha traído bastante cola, a cuenta del acortamiento que sufrió a manos de los editores de la BBC en la versión grabada del debate. Algún tuitero se apercibió de ello, y se montó el consiguiente pollo con acusaciones de manipulación política interesada, cosa reiteradamente denegada por el director general del ente público británico que controla la BBC.

Pero, aparte de la curiosidad de las dos carcajadas del público (que denota la falta del sentido del ridículo de los políticos, y no solo británicos), lo más interesante de esta campaña electoral es que nadie habla de las posibles consecuencias que para la integridad territorial del Reino Unido puede tener el resultado electoral, y su natural consecuencia, altamente probable, en forma de un Brexit duro. Este resultado, y la práctica desaparición, o mengua muy significativa de los grandes partidos nacionales de Escocia e Irlanda del Norte, exacerbará las tensiones centrífugas en ambos territorios, que pueden conducir a su independencia definitiva, en el caso de Escocia, y su reunificación con el resto de la República de Irlanda, en el caso del Ulster.

Sorprende comprobar cómo el asunto catalán se ha convertido en el tema dominante de la política española en los últimos años , al contrario de lo que sucede en Reino Unido con la cuestión escocesa e irlandesa. La política británica de ha vuelto cada vez más 'política inglesa', cuando Inglaterra es solo una de las naciones que constituyes la Unión. Un factor diferenciador entre las situaciones españolas y británicas es que la conciencia de supremacía económica en Gran Bretaña cae de la parte inglesa, no de la escocesa, un territorio abocado a ser receptor neto de rentas estatales cuando se llegue al inminente fin de las reservas de petróleo del Mar del Norte. Tan asumido tienen los ingleses el papel de representar lo británico, que nunca se han preocupado de instaurar un parlamento inglés, como sí existe en los otro territorios, con sedes en Edimburgo, Cardiff y Belfast, respectivamente. El Parlamento de Westminster representa a todo el Reino Unido, y los asuntos que afectan a Inglaterra se tratan a ese nivel, lo contrario que sucede en Escocia, Gales e Irlanda del Norte (cuyo Parlamento, por lo demás, lleva suspendido más de dos años).

Ni en la campaña del Brexit se mencionó el asunto de la frontera de Irlanda del Norte ni en esta campaña se plantea la posibilidad cierta de que los nacionalistas escoceses, en función del resultado, puedan arrancar del partido laborista un segundo referéndum que en las actuales circunstancias acabaría muy probablemente con un voto favorable a la secesión.

Probablemente asistiremos en los próximos años a un final pacífico pero triste de lo que fue en su día el mayor imperio planetario donde efectivamente no se ponía el sol. Esto, a pesar de ser español, y por tanto víctima de los malas artes del expansionismo británico a costa de nuestro propio imperio, no me alegra en absoluto. Pienso que el desmembramiento de lo que queda del imperio británico tendrá nefastas consecuencias también para nosotros y para la estabilidad mundial. A pesar de las distinciones que el gran hispanista T. S. Elliot, hace de las situaciones de Cataluña y Escocia en su reciente el libro Catalanes y Escoceses, es innegable que la independencia de Escocia generaría un tsunami político que podría afectar a las múltiples naciones estado del planeta que albergan en su seno poblaciones y territorios con tensiones secesionistas similares. Que conste que no me dan miedo las independencias, sobre todo cuando me son ajenas, sino las pasiones que desatan y la violencia a la que usualmente conducen.

La situación en Irlanda del Norte, por el contrario a la escocesa, parece haber encontrado algún tipo de solución pragmática en el último acuerdo de Europa con Gran Bretaña acerca de la frontera física. Esta será sustituido en la última versión por una frontera marítima con la isla de Gran Bretaña, cosa que es compatible una integración real en el mercado común europeo por parte de Irlanda del Norte. Eso implica en parte su separación del resto de la economía británica. El Gobierno de Boris Johnson ha preferido esto en lugar de dejar al conjunto de Gran Bretaña dentro de las fronteras del mercado común. Esta solución, que parece ser grave, es en realidad lo que sucede entre España y las Islas Canarias, que tampoco forman del la Unión aduanera europea a efectos de mercado único. De cualquier forma, la creación de nuevas fronteras, sean terrestres o marítimas, añadirá tensión en los próximos años a ese complejo y menguante proyecto que se llama, de momento, el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

Si es así, y ojalá no lo sea, será un episodio más de un fenómeno más que común: el surgimiento de nuevas naciones es fruto del colapso de los imperios que se forjaron a su vez con la agregación de nuevos territorios, en un movimiento centrípeto y centrífugo que parece no tener fin en la historia de las civilizaciones humanas. Y, pensándolo bien, no deberíamos sufrir mucho por ello.