El final de este artículo lo escribió Charles Dickens hace 160 años. Es el principio de una novela ambientada en Inglaterra y en París durante el siglo XVIII. Dickens no sabía que sus dos ciudades eran también una pedanía de Murcia en el siglo XXI. O tal vez sí lo sabía. Al fin y al cabo, eso es un clásico; alguien que escribe desde un lugar y un momento para todos los lugares y todos los momentos.

La novela es Historia de dos Ciudades. Aunque los personajes más memorables de Dickens están en Oliver Twist y David Copperfield. A todos, a casi todos, nos afectan más los sufrimientos de un niño. Tal vez por eso, a través de ellos, Dickens nos hizo vivir las malaventuranzas de toda una época; el lado más oscuro de la Inglaterra victoriana, el alma enmohecida de la revolución industrial. Nos dio a conocer personajes mezquinos que humillaban a los niños y querían llevarlos a su perdición, y personajes compasivos que los ayudaban a alcanzar un futuro mejor.

En el alma humana hay siempre dos ciudades, y en todas las ciudades hay dos almas.

En Murcia, por ejemplo, hay un centro de protección de menores en el que vive un grupo de niños extranjeros. Y otro grupo, de adultos oriundos, se ha organizado para hostigarlos. Contratan uno de esos coches de los muertos y dan vueltas por el barrio, lanzando por megafonía consignas contra los niños, han instalado delante del centro una pancarta de cuatro metros pidiendo que los echen de allí y que cierren el centro, regalan otras pancartas más pequeñas, imagínense financiadas por quién, se pasean de puerta en puerta atizando el miedo y el odio con vídeos falsos que hacen correr por whatsapp como la pólvora, y han llegado a reunir a casi cien personas a la puerta del centro gritando: «¡Fuera moros! ¡No os queremos aquí!».

Por supuesto, en Murcia también está la otra ciudad. La ciudad en la que van al instituto cada día, en la que reciben ayuda de sus profesores y de sus compañeros de clase, la ciudad de la gente que no grita consignas de odio, ni hace tanto ruido, ni está financiada por un partido político. La ciudad que vive y trabaja con esos niños cada día y que les enseña que pueden ser fontaneros, abogadas, maestras, taxistas, carniceros. La ciudad que les enseña que, como cualquier otro niño o niña, son parte de nuestro futuro.

Porque son niños. Me niego a desnaturalizarlos con esa horrible palabra a medio camino entre la burocracia y el insulto que la neolengua les ha asignado. Muchachos y muchachas. Huérfanos, o solos; abandonados a su suerte. Su papel en la novela está claro. David Copperfield y Oliver Twist tienen hoy apellido árabe. El papel que no está tan claro es el nuestro. Nos toca decidirlo. Qué clase de personaje somos, qué alma queremos para nuestra ciudad. Y aquí es dónde Dickens escribe el final de este artículo.

Nos toca decidir si este es el mejor de los tiempos o es el peor de los tiempos. Si es el siglo de la sabiduría o es el siglo de la estupidez. Si creemos en algo o no creemos en nada. Si la nuestra es la época de la luz o la época de la oscuridad. Si vivimos la primavera de la esperanza o el invierno de la desesperación. Nos toca decidir si lo tenemos todo o no tenemos nada. Si vamos directos al Cielo o de cabeza al Infierno.