Una agrupación política, cuyo nombre uno desearía pronunciar solo en voz baja para no despertar a las fuerzas oscuras que la alimentan, ha conseguido frenar en la Asamblea Regional de Murcia una declaración de apoyo institucional a los derechos del niño. Acto lúdico y meramente representativo dentro de una región a la que, para vergüenza de muchos, esta agrupación puede considerar de momento su feudo; acto sin ninguna consecuencia práctica, pero con toda la carga simbólica propia resultado de haber convertido la vida pública en un teatro virtual para exhibir, como en un auto sacramental o un videojuego de capa y espada, dragones y mazmorras, el desfile alegórico de imaginarias potencias y virtudes interviniendo en escena, luchando en una decisiva batalla cósmica contra los vicios y taras de los demonios del progresismo y del internacionalismo.

Estas potencias contrarias están representadas en un nuevo teatro sacro, tan estrecho de miras, reducido y provinciano pero a la vez tan virtual, global y gamificado como es propio en el siglo XXI, y quedan enmarcadas en un mundo lleno de noticias falsas que alientan una concepción fantasiosa e irracional de la vida. En medio de esa batalla los niños son la víctimas expiatorias adecuadas. Pues el mundo de los anhelos y las esperanzas está mal repartido.

Mientras algunos adultos han empezado a soñar despiertos con la agradable sensación de participar en una epopeya liberadora, muchos niños se han quedado solo con las pesadillas, que sufren constantemente, ya estén despiertos o dormidos.

El discurso beligerante de los valientes se excita ante la visión de niños en estado de necesidad. Algo terrible deben de ver en estos seres humanos doblados por la desgracia a pesar de sus pocos años para intentar degradarlos convirtiendo a todos en un acrónimo, pues al ser 'menas' se les puede arrebatar nombre propio e identidad. Lo consecuente será, claro, numerarlos después. Serán menos personales y menos peligrosos; luego confinarlos en lugares de contención y concentración, eminente acción defensiva, para devolverlos al lugar de donde vinieron y puedan morir allí sin molestar y sin que los valientes tengan que acobardarse viendo la sangre de los niños, o sus cadáveres contaminando los mares o enturbiando la claridad de sus playas. Estos defensores de la cultura europea olvidan, aunque la verdad nunca estuvieron muy fuertes en memoria histórica, siglos de tradición humanista y cristiana que hicieron del niño el máximo objeto de respeto y veneración.