Jamás pensé que vería la concesión del voto.

Pero cuando un sueño se hace realidad, hay que ir a por el siguiente

Charlotte Despard

Como todos los grandes logros en la historia, la incorporación de las mujeres al sufragio fue un camino largo y difícil, protagonizado por muchas mujeres, la gran mayoría pertenecientes a asociaciones y partidos políticos.

La concesión del voto a las mujeres parece que tuvo lugar por primera vez en Nueva Jersey en 1776 y no por error o 'accidentalmente', como repiten varias fuentes, sino como resultado de la fiebre independentista de los Estados Unidos y en un momento en que los revolucionarios buscaban romper con la tradición británica. Una vez superada esa euforia inicial, les retiraron el derecho tanto en Nueva Jersey como en Massachusets y Nueva York. Tendrían que esperar al siglo XX.

A principios del siglo XIX estaba muy extendida la idea de que solo aquellos con las mejores capacidades y aptitudes eran indicados para elegir a sus gobernantes. En esta selecta minoría no estaban las mujeres, consideradas inferiores, ciudadanas de segunda e incompetentes legales. Únicamente los círculos más radicales defendían el sufragio universal masculino.

La aprobación de la Declaración de Séneca Falls, durante la primera Convención por los Derechos de las Mujeres en 1848, ha sido considerado el acto fundacional del feminismo sufragista. En ella se denunciaban las restricciones políticas a las que estaban sometidas las mujeres norteamericanas.

Pero es con la creación de la Asociación Nacional Americana de Mujeres Sufragistas (NAWSA) cuando se abre un periodo de presión y crecimiento del movimiento que daría sus frutos algunos años después, en 1920, con la aprobación de la XIX Enmienda de la Constitución que reconoce el derecho de las mujeres estadounidenses a votar.

También en muchos países europeos se estaban empezando a producir cambios económicos, políticos y sociales que darán lugar a un movimiento feminista que tenía entre sus objetivos el derecho a elegir a sus representantes.

En Gran Bretaña, la lucha sufragista en el ámbito público es inaugurada en 1832 por Mary Smith, quien firma una petición al Parlamento a favor del voto femenino. Sus argumentos eran claros: si las mujeres estaban sujetas a las mismas leyes que los hombres, debían tener derecho a elegir a los que las elaboraban. Unos años más tarde, John Stuart Mill propone al Parlamento una enmienda para reconocer el voto a las mujeres que no tuvo los suficientes apoyos. Su propuesta llevaba la firma de 1.500 mujeres.

En la década de 1860 empezaron a multiplicarse las asociaciones que demandaban el voto femenino, y a finales de siglo, conscientes de la necesidad de organizarse para ejercer presión y ganar apoyos, diferentes organizaciones sufragistas constituyen la Unión Nacional de Sociedades por el Sufragio Femenino (NUWSS) liderada por Millicent Fawcett. Se dedicaron a ganar para su causa a los representantes políticos y a organizar charlas y mítines a pie de calle, siendo las oradoras recibidas con lluvias de insultos y de objetos, además de comentarios sexuales. No se podía consentir que las mujeres hablaran en público y se convirtieran en el centro de atención; habían sido educadas en la necesidad de ser discretas.

Estos actos dieron a conocer las reivindicaciones feministas y se convirtieron en multitudinarios a principios del siglo XX.

Pero para Emmeline Pankhurst el voto femenino estaba lejos de ser conseguido, y nunca se conseguiría mediante la persuasión de los parlamentarios ni con tácticas pacíficas y constitucionales, deeds, not words. De ahí que decidiera fundar la Unión Social y Política de Mujeres (WSPU) cuya organización debería funcionar como un ejército; sus órdenes no debían ser cuestionadas. Sus tácticas: interrumpir mítines, intentar entrar en el Parlamento, presentarse en domicilios de miembros del gobierno, tenían una gran resonancia en la prensa y les reportó una enorme propaganda. Se calcula que a un mitin organizado en 1908 en Hyde Park asistió entre un cuarto y medio millón de personas, y unas 30.000 mujeres a una manifestación en Londres

Esta fase del movimiento estuvo dominada por las divergentes tácticas y personalidades de estas dos mujeres, lo que llevó a una ruptura entre las dos organizaciones y escisiones. La división en el movimiento se tradujo en la designación de suffragettes, las que integraban el ala radical, y suffragists, la moderada.

Las acciones de las suffragettes conllevaron su encarcelamiento, la alimentación forzosa, cuando se declaraban en huelga de hambre. La opinión pública se dividió entre las personas que las consideraban heroínas y las que consideraron que sus actos empañaban la imagen del movimiento sufragista.

Después de la Gran Guerra, en 1918, se aprobó la ley que concedía el sufragio a las mujeres mayores de 30 años y se extendía a los hombres de más de 21. En 1928, se equipararon.

En España, la mayoría de los estudios sobre el sufragio femenino señalan que este no tuvo vigencia, a la vez que consideran a la sufragista española «una figura totalmente desconocida». Para María Lafitte, condesa de Campo Alange, defensora de los derechos de las mujeres «nunca hubo en España nada que pueda compararse al impulso agresivo y heroico de las sufragistas británicas».

Es cierto que la concesión del voto no vino por una presión ejercida desde abajo por movimientos sufragistas o por años de enconadas luchas, sino por la convicción ideológica de algunos sectores políticos durante la II República, periodo en el que se produjeron grandes avances para las mujeres. De ahí que la mayoría de los estudios se centren en esta etapa, olvidando a mujeres como Carmen de Burgos, Colombine, pionera del sufragismo en España, a las que crearon la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME) e incluso a mujeres que desde el siglo XIX lucharon por este derecho.

Son las pioneras sufragistas, muchas desconocidas y anónimas, de las que se sabe poco o nada porque no nos hemos molestado en indagar y, aunque esta lucha culminó con los conocidos debates parlamentarios de Victoria Kent y Clara Campoamor, que cristalizaron en el reconocimiento del sufragio universal femenino en 1931, no fueron solo ellas las protagonistas del sufragismo español.