Era de esperar que el pacto de gobierno PSOE-Podemos generara reticencias. Pero era casi inevitable después de que Pedro Sánchez ganara el 10-N, sólo con tres diputados menos, y el PP se negara a negociar su investidura.

Más ruido está levantando que la investidura vaya a depender de la abstención de los trece diputados de ERC. ¿Puede un gobierno de España depender de los votos de un partido independentista que además subordina su decisión a un referéndum de militantes separatistas? ¿No está desde hace muchos años pesando demasiado el catalanismo en la gobernación de España? Son dos preguntas pertinentes a las que tuve que responder en un reciente coloquio en Madrid.

La primera tiene una respuesta formal fácil. También el PSOE y Podemos subordinan su pacto a una rápida aprobación de sus militantes. Y tras las últimas elecciones alemanas del 2016 la formación del gobierno se demoró varios meses porque el SPD, en el que muchos no querían repetir la 'gran coalición', sometió la decisión a un referéndum de los militantes. Y la coalición fue aprobada más por la falta de alternativas que por sus virtudes. Algo diferente, pero no tanto, puede estar pasando en ERC que teme que su abstención en la investidura (en realidad un respaldo a Sánchez) pueda favorecer al radicalismo de Puigdemont en las próximas elecciones catalanas.

Pero yendo al fondo del asunto, la segunda pregunta, es cierto que la gobernabilidad de España siempre ha dependido -cuando no hay mayoría absoluta- de los partidos catalanistas. Fue así con la UCD en 1977 y 1979. En la etapa final de Felipe González, la legislatura de 1993, y en la primera de José María Aznar de 1996. Y volvió a serlo tras la victoria de Zapatero en el 2004, pero entonces el papel de bisagra correspondió no ya a CiU sino a ERC.

Pero la razón por la que el nacionalismo catalán ha tenido este papel (que enerva a algunos opinadores de Madrid) sólo se ha debido a la incapacidad de los dos grandes partidos españoles, que se comportan cual enemigos históricos permanentes. Hubo sí, el pacto constitucional UCD-PSOE -en cuya ponencia tuvieron un gran papel los catalanes Miquel Roca y Jordi Sole-Tura- pero luego la derecha y la izquierda no han sabido pactar complicidades sustantivas. El PP de Aznar quería liquidar al 'felipismo' al que presentaba como el eje del GAL. Y luego el PSOE aspiraba a poner punto final a la 'deriva reaccionaria' del Aznar de la mayoría absoluta. Y hoy pasa casi lo mismo cuando el bibloquismo de la izquierda y la derecha ha sustituido al bipartidismo.

Es el estructural antagonismo entre los partidos españoles el que hizo del catalanismo el árbitro y el sostén de la gobernabilidad. Que España dependía del catalanismo se visualizó con escándalo en el 2010 cuando ante la mayor crisis económica desde 1929, el gobierno Zapatero tuvo que adoptar un draconiano plan de austeridad. El PSOE no tenía mayoría para aprobarlo y sólo salió adelante por la abstención de CiU, regida entonces por Artur Mas y Duran i Lleida. El PP ni lo votó ni se abstuvo. Prefirió proclamar que había que echar a Zapatero. Curioso: Artur Mas evitó el rescate de España.

Pero a partir del 2015, cuando el PP pierde la mayoría absoluta del 2011, la gobernabilidad naufraga. Y llevamos ya cuatro elecciones generales en cuatro años. La razón es que los partidos catalanistas, que abrazan el independentismo exprés tras la sentencia del Estatut, ya no sirven a la gobernabilidad. Porque su objetivo es un referéndum de autodeterminación poco compatible con la Constitución y porque para el gobierno de España es muy complicado apoyarse en ellos. Y, encima, la sentencia del Supremo sobre los presos.

Pero Cataluña es 'grosso modo' la quinta parte de España (en población, PIB y exportación) y dada la incompatibilidad entre los dos bloques españoles (y entre Sánchez y Casado) es difícil gobernar España sin contar con lo que hasta ahora era la bisagra constructiva: la mitad de los diputados que Cataluña envía al Congreso de los Diputados.

Por eso estamos en un laberinto y cuesta mucho encontrar la gobernabilidad. Casado quiere 'hundir' al PSOE si hay investidura con ERC, o derrotarle (¿junto a Vox?) si ERC vota en contra y vamos a unas quintas elecciones. Y Sánchez necesita a Podemos (sin poder dormir), al PNV que aprecia su autogobierno y a ERC, que quiere ser adulta, pero tiene miedo a Puigdemont. ¿Quién mató al comendador? Fuenteovejuna, sin duda. Aunque unos, los más radicales y de doctrinas contrapuestas, tienen más culpa que los otros.