n 1894 Heinrich Mann publicó La Condesita, un notable relato sobre nostalgia, amor y muerte. El punto de partida es una casa noble habitada a orillas del mar por una joven viuda que se ha consagrado al recuerdo de su difunto esposo, recuerdo en el que ha iniciado a su única hija, creando así una atmósfera enfermiza, oscura. Un morboso culto funerario perpetúa la nostalgia del amor una vez conocido por la madre que se combina con la nostalgia de un amor añorado y nunca vivido por la hija. En ambos casos la muerte impregna por completo el sentimiento amoroso, uniendo la fuerzas primordiales del eros y del tánatos de forma inextricable.

Este mundo cerrado que construye la madre y hacia el cual arrastra a su hija tiene innegables similitudes con el ambiente agobiante y de pesadilla que construye con nostalgia por el amor perdido la señorita Havisham y hacia el que arrastra a su hija adoptiva Estela en la novela de Dickens Grandes Esperanzas que se publicó en 1861. Mientras que en la monumental novela del autor inglés el rencor y deseo de venganza de la mujer abandonada por quien iba a ser su futuro marido el día de su boda han convertido la casa de la señorita Havisham en el hogar de una nueva Medea consagrada a combatir a los hombres con la ayuda de la bella huérfana Estela como acólito, en el relato de Mann madre e hija se inician en una especie de sacerdocio privado exclusivamente dedicado al padre y marido muerto, cuya imagen preside la casa. La llegada del joven Pip, un muchacho noble, inocente y honesto, a la mansión tenebrosa de Havisham significa a la larga el despertar del tenebroso hechizo, levantar el velo del engaño, bajo el que habían caído ambas mujeres, la ruptura de un hechizo que garantiza la final la redención de la vieja solterona y de la recuperación para el amor y la vida de la joven Estella antes de que sea demasiado tarde.

En el relato de Heinrich Mann es otro personaje masculino, un escultor mandado llamar de Florencia, no en vano patria del Renacimiento, para inmortalizar en un busto al adorado difunto, quien despierta y hace renacer en la madre y sobre todo en la hija la nostalgia y el anhelo por la verdadera vida y por un amor sano y dichoso.

Sin embargo, aquí no hay lugar para las grandes esperanzas ni para las pequeñas. La marcha del artista después de haber dejado atrás el busto del difunto, destinado a presidir la habitación de la joven condesa transformándola así en cenotafio y mausoleo para enterrarse en vida, precipita su determinación trágica de arrojarse directamente en brazos de la muerte.

Mientras Charles Dickens desarrolla plenamente una novela de formación, Heinrich Mann treinta y tres años después no centra su interés en la evolución y desarrollo de los jóvenes frente a los errores de la generación anterior y desarrolla elementos propios de la literatura de fin de siglo haciendo concurrir la interacción entre las fuerzas primordiales de la muerte y el deseo, recurriendo para ello a un ambiente decadentista, donde la veneración por formas muertas puede verse conmovida de repente por la irrupción del verdadero artista. Es el varón quien con su presencia invoca la nostalgia del amor y despierta la llama del deseo que conduce a la propia aniquilación, tema recurrente en el célebre relato Tristán de Thomas Mann, publicado en 1903, en el que una mujer joven, alienada esposa de un vulgar hombre de negocios al que ya ha dado un hijo que absorbe todas sus fuerzas y convaleciente en una casa de reposo, encuentra a un joven artista que despierta en ella a través de la música de Richard Wagner una encendida nostalgia del amor y la vida lo que paradójicamente provoca en ella el colapso de sus ya debilitadas fuerzas y acaba llevándola a la muerte.

Es una imagen acuñada por la tradición literaria de la mujer frágil en contraposición a la mujer fatal, sin duda desde una perspectiva masculina. La mujer frágil, nacida para amar y ser amada pero fatalmente atrapada en un mundo tenebroso y de locura, suerte de Bella Durmiente pidiendo ser rescatada, que sucumbe al embrujo de la enfermedad del sueño y a la que solo la presencia masculina de un principie que la bese logrará romper el hechizo. Pero mientras que en la plenitud de la novela de formación en Grandes Esperanzas al hechizo roto a costa de grandes esfuerzos sucede la plenitud y la felicidad, en la novela de fin de siglo, la figura masculina solo despierta a su Bella Durmiente para llevarla a la muerte. La irrupción del personaje que lleva consigo las esperanzas y el amor que además es portador de la aniquilación, hace cierta la afirmación de Cesare Pavese: «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos».