La democracia no da tregua, pero hasta sus acérrimos reclaman una desintoxicación electoral, unos meses de intervalo antes de proceder de nuevo al ritual de desalojar periódicamente a los gobernantes. La necesidad de una pausa en el voto no remedia por sí sola la adicción, de la misma manera que la urgente desintoxicación digital o digital detox aparece como una desconexión tan imprescindible como inasequible. Todo el mundo sabe cuánto tiempo lleva sin consultar sus dispositivos digitales. En segundos.

Las terceras elecciones ininterrumpidas son desaconsejables, porque ni los eficacísimos heraldos mediáticos atesoran la energía precisa para recalentar la convocatoria que no cesa. Toda solución pactada parece más aceptable que no tomar ninguna. El riesgo ideológico es preferible a la hipótesis de verse obligados a armar un nuevo espectáculo electoral, que ya entraría en el apartado de ficción.

Al borde del psicoanálisis electoral, hasta los votantes más sensibilizados aceptarían antes un Gobierno hostil que la obligación de destaparse de nuevo frente a las urnas. Por primera vez en cuatro elecciones, no se han falsificado los resultados. Los ciudadanos interesados saben que el Ejecutivo que rima mejor con el recuento disponible apunta a la coalición ya presentada en sociedad de PSOE y Podemos, con un inevitable apoyo de Esquerra que es más importante explicar que esconder. Los escasos partidarios encendidos de la gran coalición, a no confundir con quienes desean empantanar a Sánchez en negociaciones abstractas, deberán aplicar dos axiomas:

1. El PP nunca votará favorablemente una investidura socialista, esta perversión queda para el PSOE envenenado por González o Guerra hasta lograr que casi un centenar de diputados apoyaran al Rajoy de Bárcenas. En sus años de esplendor, los dinosaurios sevillanos no hubieran cometido la torpeza que impusieron a sus descendientes, hoy están demasiado ocupados digiriendo el batacazo penal de los ERE, que nunca hubiera ocurrido con los jueces que ellos nombraban. Hablar de PSOE andaluz es una redundancia, el Tribunal Superior ha cuantificado el precio de dicha identificación. La iniciativa de Aznar sin Sánchez todavía es más jocosa, dado que el líder providencial solo considera partidos constitucionalistas a PP, Vox y Cs, con matices. Por supuesto, en la jerga mentirosa que sucedió a otros comicios del carrusel, la obligatoria mayoría de escaños se desvinculó del Gobierno presuntamente idóneo.

2. El PP nunca compartirá el arrojo y gallardía del francés Manuel Valls, que dejó boquiabiertos a los políticos españoles al ceder incondicionalmente tres votos de su candidatura para la investidura de Ada Colau, a fin de evitar la proclamación en Barcelona de un alcalde nacionalista. Ni el independentista Ernest Maragall ni el patriota Albert Rivera se han recuperado del gesto, irrepetible en el seno de la derecha.

Por lo menos, el cansancio ha amortiguado el vértigo, y el desistimiento del electorado favorece la discreción negociadora. La urgente desintoxicación electoral debilita los axiomas antes enunciados. Un optimista puede advertir que su convicción de la estanqueidad de PP y PSOE se tambalea, para seguir auspiciando una alianza fugaz. En tal caso, hay que exigir los votos sobre la mesa, sin tácticas dilatorias ni puntos de partida ni líneas rojas. Al estilo Valls, aquí están los 89 diputados populares, tan cercanos a los 80 socialistas sacrificados a Rajoy. Los dinosaurios del PSOE, que estarían encantados de frustrar la entente con Podemos, no aplauden con igual fervor la gran coalición, porque su objetivo primordial no es el Gobierno sino la aniquilación de Sánchez. Conviene recordar que la anciana guardia promocionaba a la Susana Díaz digitada por Griñán como inquilina de La Moncloa, una propuesta suficiente para exigir la jubilación de un patriarca.

Por una mera cuestión de cronología, la sentencia de los ERE contra Chaves, que fuera vicepresidente del partido con Zapatero, carece de la capacidad de fuego de la condena contra la Gürtel, anidada en el seno del PP de Rajoy. Frente a los histerismos en colisión sobre la depurada corrupción del bipartidismo, es lícito explotar el inexorable pronunciamiento judicial para desactivar la entrada de ministros de Podemos en el Gobierno. Sin embargo, este plan energético topará de nuevo con la desintoxicación electoral. El hartazgo necesitaría el estruendo de una bomba atómica para dejar de exigir una solución inmediata.

Queda para el final la razón más poderosa, en pro de sacar un conejo pactado de la chistera de las urnas. Ni Sánchez ni Casado ni Iglesias serían candidatos mínimamente aceptables para las terceras elecciones en un año. La ciudadanía se las apañaría, con igual empeño que en el 10N, para lograr que todos ellos salieran derrotados.