De la mar el mero y del Mosqui el caldero. En realidad, el dicho no es así. Lo que reza es: «De la mar el mero y de la tierra el cordero». El conocidísimo restaurante de Cabo de Palos hizo suyo el refrán y lo adaptó para publicitar y hasta para presumir de su plato estrella, que también lo es de muchos otros locales de toda el área del Mar Menor y la comarca de Cartagena. No sé de ningún restaurante en Murcia ni en su huerta donde te sirvan este arroz hecho con caldo de pescado y ñoras, aunque supongo que alguno habrá. De lo que sí estoy seguro es de que son miles los murcianos que para tomarse una buena ración se trasladan al Mosqui o a cualquiera de los numerosos establecimientos marmenorenses donde preparan esta delicia culinaria de forma exquisita.

La cocina es algo universal, de la que todos disfrutamos y que todos saboreamos. Sentarse en torno a una mesa para degustar este o aquel plato sirve para la celebración y suele ser motivo de alegría, de fiesta y de disfrute. Comer juntos fomenta el diálogo, el entendimiento, la unión entre los pueblos y el hermanamiento. Cuando invitamos a alguien a comer a nuestra casa, siempre tratamos de ofrecerle nuestra mejor receta, que preparamos con más esmero y dedicación que de costumbre. Queremos que nuestros comensales se levanten satisfechos y nos congratulamos cuando lanzan algún piropo a lo que les hemos servido. La buena cocina y el buen comer sirven para unir, no para separar.

Esto no quita que cada pueblo, cada ciudad o cada país se especialice o se distinga por una serie de platos y costumbres culinarias particulares y únicas. Así, los italianos son los reyes de la pasta, los franceses de la fondue y los españoles de la paella, la tortilla de patatas o la ensaladilla rusa. La gastronomía es una de las pocas señas de identidad que conservamos en los territorios de este lugar llamado mundo, cada vez más globalizado. Supongo que se han percatado, si han podido viajar, de que las ciudades occidentales se asemejan cada vez más, tanto porque el desarrollo urbanístico y las viviendas tienen a la homogeneidad, como porque los centros o las calles comerciales cuentan con las mismas tiendas franquiciadas con las mismas marcas aquí y en Sebastopol, hasta el punto de que pasear por algunas zonas de los lugares que visitamos puede resultar aburrido y monótono.

La exclusividad, lo heterogéneo, lo distinto, lo peculiar pierde peso a pasos agigantados en una sociedad que nos aplica su manual de instrucciones, que seguimos y cumplimos a rajatabla, como hipnotizados, sin barajar tan siquiera que pueden existir alternativas, formas diferentes de hacer las cosas, de demostrar que somos únicos e irrepetibles y de que podemos y debemos desplegar nuestras propias iniciativas y nuestros talentos para esquivar la vida gris y cuadriculada de la que participamos y que nosotros mismos contribuimos a imponernos.

La gastronomía es uno de los pocos tesoros que los pueblos aún conservan como algo propio y exclusivo. Cada pueblo presume de la singularidad de sus platos y sus sabores y, además, los incluye como uno de sus principales atractivos turísticos. Porque a muchos nos gusta aventurarnos a probar lo que se elabora en otros fogones del mundo. Y aunque también en este sector tiene sus efectos el tsunami de la globalización, sigue siendo un lujo saborear muchos platos en sus lugares de origen, donde los preparan como se debe, como llevan haciéndolos desde hace siglos.

La gastronomía forma parte del acervo y las tradiciones de cada rincón del mundo y, dado que es una de las pocas materias que nos hace preservar nuestra identidad, conviene que cuidemos de preservarla y de transmitirla a quienes nos sucedan.

Lo que no está bien es apropiarse de especialidades y singularidades de otros para el beneficio propio, como ha ocurrido con la candidatura de la ciudad de Murcia para ser declarada capital gastronómica española para el año 2020. Felicito a nuestros vecinos por lograr este reconocimiento, que los sitúa, sin duda, como un referente turístico de excepción de cara al próximo año, especialmente para los aficionados al buen comer. Lo que no apruebo, al tratarse de una candidatura municipal, es que para conseguirlo hayan exhibido elaboraciones que no son propias de Murcia, sino más bien de Cartagena y su comarca. Quizá habría mucho que debatir sobre el origen de algunos platos, pero la tradición sitúa delicatesen como el asiático, los michirones y el propio caldero a este lado del Puerto de la Cadena. Debería ser causa de orgullo que los murcianos hayan escogido estos manjares de nuestra tierra para concurrir a este título gastronómico, pero no hubiera estado de más que lo hubieran advertido o anunciado antes, por pura cortesía.

No es de extrañar que los resaltes del partido cartagenerista MC hayan saltado de inmediato para denunciar lo que consideran una usurpación y apropiación de tesoros que nos correspondería lucir a los cartageneros. También la directiva de la asociación de hosteleros de Cartagena, Hostecar, ha reclamado la ‘propiedad’ de ciertas elaboraciones de nuestra zona de las que se ha servido Murcia para conseguir el citado nombramiento.

La designación de Murcia como capital gastronómica españoña en 2020 coincide, además, con la denegación por parte del Gobierno regional de la declaración del café asiático como Bien de Interés Cultural (BIC) inmaterial, lo que viene a echar más leña a un fuego que muchos están ávidos de alimentar. Ni puedo ni quiero ser juez para encumbrar al asiático a esta distinción, pero siempre me ha llamado mucho la atención el esmero que ponen muchos de nuestros hosteleros cuando preparan un asiático, porque su elaboración es un arte para el que hay que tener mano y la degustación de uno hecho como Dios manda es un privilegio. Por su parte, las pocas veces que he decidido pedir un asiático en algún bar de la ciudad de Murcia han llegado a decirme que de eso no tenían.

La rivalidad es buena y enriquece cuando es sana y se ejerce con limpieza y respeto. Por eso, secundo la postura de la nueva y flamante presidenta de la patronal cartagenera COEC de que debemos dejarnos de disputas infructuosas que nos alejan y nos empobrecen a todos y, por el contrario, hemos de aunar fuerzas y recursos para avanzar y crecer.

La ciudad de Murcia cuenta, como nuestra Cartagena, con su propia riqueza gastronómica, como el riquísimo y sabroso zarangollo, su único, irrepetible y sustancioso pastel de carne o su increíble y espectacular paparajote. No necesita de lo que no es suyo para apuntarse tantos y tampoco cuesta nada reconocer el origen de las cosas. A este respecto, el alcalde de Murcia trató de sacar la pata y anunció que cada zona de la Región tendrá su hueco y su momento para mostrar sus riquezas culinarias, aunque de poco sirve a toro pasado, a hechos consumados.

Como la recién nombrada líder de la COEC, abogo por el buen entendimiento entre hermanos de una misma Región y por evitar enfrentamientos inncesarios. En Murcia, deberían saber la especial sensibilidad de muchos cartageneros hacia nuestra tierra y a lo que consideramos nuestro, pero bien sea con intención o sin ella, se olvidan de ello más veces de las recomendables. No me gusta encender fuegos ni animar a nadie a hacerlo. Siempre defiendo y defenderé el respeto, por mucho que algunos, con decisiones arbitrarias y desprecios malintencionados, se empeñen en ponérnoslo difícil. En la variedad está el gusto. Buen provecho.