Tenía 16 años. Aún recuerdo cuando vi en pantalla grande Tesis y Abre los Ojos. A raíz de aquello le dije a mi padre: «Yo quiero hacer películas». Y así fue. Tiempo más tarde me atreví a escribir y dirigir Oscuro Silencio, mi primer cortometraje.

En aquellos años, Alejandro Amenábar irrumpía como un huracán en el panorama de la industria cinematográfica española. Aunque pudo conformarse con ser un soplo de aire fresco, supo arrasar con la mayoría de cánones del cine que se hacía en nuestro país. Renovó géneros, estilos, temas y estructuras narrativas, convirtiéndose rápidamente en la referencia directa de todos aquellos que ‘jugábamos’ con nuestras cámaras y nos iniciábamos en el mundo del séptimo arte.

Más allá del virtuosismo de sus planos hay un clara intención por reflexionar sobre todas las grandes cuestiones vitales que nos planteamos los seres humanos: el exceso de violencia (Tesis), la identidad personal (Abre los Ojos), la complejidad de la muerte (Los Otros), la vida como una obligación (Mar Adentro), la peligrosidad de los fanatismos (Ágora), el miedo y la histeria colectiva (Regresión) y el poder de la razón (Mientras dure la Guerra).

Su estilo cinematográfico huye de los prototipos, evita formular y prefiere responder y, sobre todo, como diría Antonio Machado no habla de la verdad, sino de tu verdad. La clave está en ofrecer al público lo que desea, pero no de la manera en que lo espera. Y en eso, Amenábar es todo un experto.

Cuando hace meses se anunciaba que su última película transcurriría en el contexto de la Guerra Civil, comentarios fácilmente previsibles anegaron las redes sociales aludiendo a la supuesta falta de originalidad de nuestro cine. Estaba claro que para una historia así Amenábar guardaba un as en la manga con nombre propio: Miguel de Unamuno, al que Karra Elejalde le ha dado vida de forma tan impecable que bien podemos decir que su nombre quedará por siempre unido al del viejo rector de Salamanca.

La película, vista ya por un millón y medio de espectadores, recorre mucha de la experiencia vital del escritor vasco, desde el apoyo al golpe contra la República hasta su célebre discurso en la Universidad de Salamanca, en el cual pronunció ante una audiencia hostil: «Venceréis, pero no convenceréis».

En este largometraje se hace más que evidente su capacidad para despertar controversia. Eso sí, siempre compuesta de sinceridad, meditación y, por qué no decirlo, un punto de dinamita. La trama trata de ofrecernos un espejo donde podemos ver reflejado a dónde nos llevan las trincheras y, sobre todo, la imposición del pensamiento único. Sin duda alguna, se trata de una oda la reflexión política que puede hacerse extensible a la situación actual de nuestro país. La historia de Unamuno está hoy más viva que nunca.

El cine, como forma artística, aborda asuntos importantes y la Historia de nuestro país lo es y Amenábar lo sabe. Visionar la película significa servirse de un pasaporte que ofrece un viaje directo y sin escalas a aquella España huérfana de identidad, de ahí que el primer y último fotograma sea una gran bandera.

El legado de Alejandro Amenábar no se extinguirá como el eco de un disparo perdido en el campo de batalla. Fulminó con Tesis, sorprendió con Abre los Ojos, maravilló con Los Otros, emocionó con Mar Adentro, reivindicó con Ágora, inquietó con Regresión y ahora nos obliga a la reflexión con su última película.

No tengo ninguna duda. Mientras dure Amenábar nuestro cine perdurará.