Aunque el periodo más conocido de la historia de Roma es el imperio, la ciudad de Roma se hizo grande bajo una república, que aparentaba ser una democracia, o quizás lo era, según los estándares de la época.

Según la leyenda, en el siglo VI a C los romanos expulsaron al último rey, Tarquino el Soberbio, instaurando un sistema en el que nadie pudiera tener todo el poder. En él, según Polibio, se consagraba el más perfecto sistema político, pues aunaba elementos de democracia (el pueblo se reunía en asambleas), monárquicos (gobernaban dos magistrados elegidos cada año por el pueblo) y aristocráticos (el Senado, formado por las familias ilustres de Roma tenía un gran poder como órgano consultivo).

El gobierno de Roma, a partir de ahora, sería 'cosa de todos', es decir, res publica. Aunque en el siglo V a C, decir 'todos' puede resultar un tanto engañoso. Sólo tenían derechos políticos los ciudadanos varones mayores de 14 años. El resto, esclavos, extranjeros, mujeres y niños, debían abstenerse de participar en los comicios, las asambleas del pueblo que votaban las leyes y elegían a los gobernantes. Además, los plebeyos (la clase social más baja) tenían vetado el acceso a las magistraturas hasta que, hartos de las injusticias de los patricios, decidieron marcharse de Roma y fundar su propia ciudad. Los gobernantes, preocupados por tener que hacer, a partir de entonces, todas las tareas, negociaron con los plebeyos y les permitieron presentarse a las elecciones.

La política en la república llegó a ser un tema muy caliente, incluso varias veces se desató la guerra entre los ciudadanos por las distintas facciones. Básicamente había dos partidos: el llamado 'partido popular', que propugnaba reformas sociales y políticas en pro de las clases más bajas y el 'partido republicano' (o de los optimates) que defendía las antiguas tradiciones y los privilegios de la clase alta.

En el partido progresista militaron ciudadanos muy destacados, como los hermanos Tiberio y Cayo Graco, que murieron defendiendo una reforma agraria que permitiera a los pobres acceder a la tierra, limitando las propiedades de los ricos, o Catilina, acusado de conspirar contra la república. Aunque el miembro más famoso de este partido fue Julio César, quien, pese a ser de una familia ilustre, alcanzó el poder, no por el apoyo de los poderosos, sino por el fervor de los soldados y ciudadanos de las clases más bajas, a quienes favoreció con rebajas de impuestos, subvenciones, juegos, banquetes y desfiles, lo que le valió el odio de los optimates, que acabaron por matarlo.

En el partido contrario participaron políticos como Catón el Viejo y su biznieto llamado igual, coetáneo de César, que defendieron las tradiciones frente al progreso. Catón el Viejo pronunció un famoso discurso (recogido por Tito Livio) contra los derechos de las mujeres en el que, premonitoriamente, afirmó que «el día que las mujeres sean iguales a los hombres, serán más que los hombres».

Pero quizás desde un punto de vista politológico el personaje más interesante es Marco Tulio Cicerón. Nacido a finales del siglo II a C, fue coetáneo de Julio César, con quien tuvo una relación conflictiva. De origen familiar humilde, se formó como abogado y estudió oratoria, filosofía y literatura. Como un 'homo novus' o advenedizo de la clase alta, entró en política iniciando una tercera vía (los boni viri) entre los optimates y los populares, aunque, ante el ascenso de César, se alineó con estos últimos, aliándose con Pompeyo en la guerra civil. Cicerón, sin embargo, no participó activamente en la conjura que acabó con la vida de César.

Muerto el dictador, Cicerón apoyó el ascenso de Octavio (Augusto) y se enfrentó a Marco Antonio, sucesor natural de César en la guerra civil que desencadenó el magnicidio. Pero cuando los contendientes se reconciliaron, Cicerón fue ejecutado.

Cuando Cicerón se presentó a las elecciones consulares, su hermano Quinto le escribió un delicioso 'manual electoral' (Commentariolum Petitionis) que debería estudiarse en todas las facultades de Ciencia Política. En él le aconseja medir el discurso dependiendo del auditorio y decir a cada uno lo que quiere oír, sabiendo que las promesas se las lleva el viento. Según este manual es mejor que la gente salga frustrada por un incumplimiento que por una negativa. También le aconsejaba poner de manifiesto los defectos de los otros candidatos y esforzarse por presentarse ante el pueblo como un hombre íntegro.

Como vemos, el populismo, la demagogia y el juego sucio en las campañas electorales no son nuevos. Como decían los romanos, nihil novum sub sole, no hay nada nuevo bajo el sol.