En 1971 cuando el panorama cultural y artístico de este país todavía padecía las restricciones impuestas por la censura, en Estados Unidos Linda Nochlin, haciéndose eco de las reivindicaciones sociales del feminismo norteamericano, tuvo el valor de plantear una pregunta destinada a abrir un amplio debate en la historia del arte: Why Have There Been No Great Women Artist? «¿Por qué no hubo grandes mujeres artistas?».

Su artículo, que surge en un momento de gran efervescencia del movimiento feminista en defensa de los derechos de las mujeres, representó un hito histórico a partir del cual el mundo académico ha reflexionado sobre la ausencia de las artistas en la historia del arte y en los museos, instituciones que han perpetuado un paradigma androcéntrico, naturalizando dicha invisibilidad. Desde entonces el mundo académico se ha sacado a la luz una genealogía invisibilizada, dando a conocer destacadas artistas entre las que prima la pintora barroca Artemisia Gentiles chi y muchas otras.

El mundo de la conservación artística a través de los museos, que como libros abiertos en sus salas conservan, ilustran, y así contribuyen a perpetuar el canon artístico occidental, han tardado en redescubrir a aquellas pintoras que se abrieron camino en un medio claramente hostil a las mujeres. Solo en tiempos recientes, coincidiendo con la eclosión de una nueva y potente ola feminista, una institución como el Museo del Prado ha empezado a organizar exposiciones dedicadas a destacadas pintoras europeas.

Como recordamos en nuestro artículo del 17 de octubre, hace dos semanas abrió sus puertas la retrospectiva dedicada a dos distinguidas artistas italianas: Sofonisba Anguissola (1535-1625) y Lavinia Fontana (1552-1614). Esta Historia de dos pintoras, que coincide con el segundo centenario de vida del museo, nos permite adentramos en el mundo privado de estas dos excepcionales figuras que se dedicaron en particular al retrato, dando así fe de un mundo en el que el valor artístico de las mujeres estaba relacionado con su virtud.

La compostura que ambas despliegan en sus autorretratos, los símbolos que las acompañan dan fe de una preocupación social para demostrar el candor y la sensatez de unas figuras que, gracias en parte a la posición social de su familia, gozaron de un merecido reconocimiento en su época. Lo que más llama la atención en sus composiciones es su preocupación por establecer su autoritas a través del autorretrato.

Sofonisba se retrató en más de una ocasión, resaltando su actividad pictórica, una actividad que siguió desarrollando durante los años en los que se trasladó a la corte del rey Felipe II como como profesora de dibujo de Isabel de Valois, no como pintora de corte. Este dato tal vez demuestra los condicionantes de género vigente en una época en la que muy pocas mujeres lograron la visibilidad de esta aristocrática pintora, así como su capacidad de superar las limitaciones que su rol de preceptora le imponía. Sofonisba de hecho logró pintar un retrato del monarca y dejar una huella en el mundo artístico. Asimismo, la artista boloñesa Lavinia Fontana ocupó un lugar destacado entre las retratistas.

Ambas con sus obras abren el camino a que una institución tan androcéntrica como el Prado se renueve y muestre la creatividad y el rol de las mujeres en el ámbito pictórico. De hecho la audioguía actualmente disponible en el Prado ofrece un apartado realizado en colaboración con el Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense dedicada a resaltar el rol de las mujeres a lo largo de la historia, a partir de la figura de la Virgen María, figura icónica en la religión católica, cuya simbología fue cambiando a lo largo de los siglos en función del dogmatismo y del discurso que se imponían en cada época y cultura.

En esta historia de las ideas que revela la construcción social de la feminidad y su representación en el ámbito artístico, se reflexiona sobre el aspecto humano de María en el cuadro El Nacimiento de la Virgen de Luis de Morales, una imagen austera que refleja la espiritualidad española al tiempo que muestra un mundo femenino en el que un ama de cría amamanta a la recién nacida, mientras una doncella ofrece a Santa Ana el famoso caldo o sopa de paridas. La pintura, espejo de las prácticas cotidianas, de las creencias y de las aspiraciones sociales de una cultura y una época muestra como se construye la feminidad, come las mujeres fueron objeto de culto e instrumento de propaganda.

Resulta sumamente interesante esta iniciativa que permite ahondar en el mundo de la representación artística de las mujeres, más allá del rol de musas y objeto de la mirada masculina. Este recorrido que ofrece la audioguía permite apreciar la relevancia de las mujeres en la política, en las familias nobiliarias, en la incipiente economía moderna, en las actividades comerciales e industriales, como se muestra en el cuadro de Velázquez que retrata a las hilanderas o las lavanderas de Goya. A través de una serie de obras tanto religiosas como laicas, en la mayoría retratos pintados por afamados pintores españoles y flamencos, se muestra la relevancia de las mujeres en la educación de sus hijos, en la economía familiar, en la naciente industria textil, así como su quehacer diario.

Aunque la presencia de las mujeres en los museos sigue siendo eminentemente la de musa desnuda, no podemos más que alegrarnos por estas nuevas prácticas culturales que acercan al gran público a la historia de las mujeres y de las costumbres sociales a través de importantes cuadros de la colección permanente del museo. En tiempos de feminismo se aprecia la labor de las instituciones que tímidamente se abren al nuevo panorama social, con la esperanza que no se trate únicamente de una moda pasajera, de un merchandising destinado a acallar las protestas de las intelectuales y del gran público en su mayoría femenino.