Juan se ha levantado hoy más cansado de lo habitual. Ayer se sumó a la manifestación en defensa del Mar Menor y cantó con entrega, alegría y convencimiento las consignas que venían de algunos grupos: «El Mar menor no es un contenedor» o «SOS se mueren los peces». Aunque, a decir verdad, fue menos ruidosa de lo que esperaba y, aunque había muchísima gente por todos lados, se volvió algo desolado a su casa al comprobar que los manifestantes ocupaban poco más que la manzana de la Asamblea Regional a su llegada a la sede legislativa. Esperaba más gente y se preguntaba dónde estarían los cartageneros que no trabajaban, que no tenían impedimentos físicos ni compromisos ineludibles. Vio a algunos asomados a las ventanas de sus casas, curiosos, pero faltos de compromiso, como quien ve una pelea en la que están agrediendo a alguien y pasa al lado con indiferencia. Otros circulaban en sus coches por la Alameda, el Paseo o Ángel Bruna. ¿A dónde irían? se preguntó. ¿Acaso no se habían enterado de que esa tarde y esa noche tocaba gritar a todo el mundo que hay que hacer lo imposible por salvar el Mar Menor? ¿Acaso no quieren al Mar Menor? Si no es así, ¿qué otro modo se les ocurre de defenderlo, de presionar para que dejen de llenarlo de residuos, de vertidos, de porquería?

Sí, la manifestación fue un éxito, nos felicitamos todos por una movilización histórica, a la que no pueden hacer oídos sordos nuestros gobernantes, pero Juan no puede evitar preguntarse si ha sido suficiente. O aún peor, como refleja el mensaje que su colega Dani envió al grupo de Whatsapp: «¿Y mañana? ¿O esto va a ser como en Semana Santa? Que me vea todo el mundo en la calle lo bueno que soy y, luego, todo el año sin hacer nada. Muy cartagenero». La sentencia de otro amigo le cayó a Juan como un jarro de agua fría, como un baño de realidad: ·Como en Semana Santa, sin duda», leyó.

¿De verdad somos tan ignorantes, tan inconscientes, tan irresponsables y tan crueles para cargarnos nuestro paraíso?

Juan escuchó a muchos despotricar contra nuestros gobernantes, los de ahora y los de antes, los de aquí y los de más allá, los de un color y de otro y, a la vez que asentía a algunos comentarios, no pudo evitar pensar que nosotros no hemos autorizado la agricultura intensiva que tanto mal le ha hecho a nuestra laguna, pero sí hemos consumido las lechugas y otras frutas y verduras que nos venden en los supermercados, envasadas, para más inri, en bolsas de plástico y supuestamente lavadas con vete tú a saber qué.

Juan se levantó más cansado de lo normal y tomó una decisión. Se duchó como todas las mañanas, pero procuró no entretenerse para que el grifo estuviera más tiempo cerrado. Se vistió y preparó el desayuno y, cuando se acabó el brick de leche, lo apartó a la espera de poder depositarlo en el cubo para reciclar que se compraría ese mismo día.

Esa mañana se fue andando al trabajo, que le pilla a apenas quince minutos, aunque se había acostumbrado a coger el coche para eso y para todo, hasta ese día. Juan es consciente de que son pequeños detalles, aunque ha empezado a darles importancia y está convencido de que ha dado un primer paso para ser más respetuoso con su entorno, con eso que parece tan abstracto y ajeno a nosotros como el Medio Ambiente o el cambio climático, pero que ahora nos toca muy de cerca, como la agonía de alguien querido.

Deseó que muchos empiecen como él a dar esos pequeños primeros pasos, porque juntos supondrán mucho camino andado. Deseó que la manifestación de ayer fuera el primer paso para evitar el último baño en el Mar Menor, su Mar Menor, nuestro Mar Menor.

Y pensó que ya no merece la pena seguir escuchando a nuestros dirigentes restar protagonismo a los miles de vecinos que clamaban en la calle por un enorme SOS Mar Menor, con declaraciones institucionales emitidas en directo que esa noche no tocaban. Aunque no le extrañó, porque hace tiempo que los considera capaces de casi todo, hasta de dejar morir el Mar Menor.

Quizá necesitamos otros políticos, pero lo que seguro que es urgente es un cambio de mentalidad. Salvémoslo.