Te dirá que nadie te va a querer como él, que no volverá a pasar, que qué cosas le haces decir y hacer, que para qué respiras si sabes cómo se pone, que nadie te va a querer como él...

Pero antes te habrá dicho que eres una inútil, que todo lo haces mal, que parece que te gusta oírlo.

Cuestionará tus actos, tus decisiones (eso mientras aún conserves esa capacidad de decidir que tratará de arrebatarte), tus palabras, tus amistades, tu ropa, tu peinado, tu forma de hablar, de maquillarte, de calzarte, pero lo hace por ti, por tu bien, nadie más que él sabe lo que te conviene. Te dirá que tú sabrás si no te importa que piensen que eres una puta o una lerda.

Te acusará de cosas que no has hecho ni dicho y será tanta su insistencia, será tal su bombardeo que te generará una confusión tan grande que ya no sabrás ni lo que has dicho ni lo que has hecho.

Te provocará tal colapso, tal agotamiento, tal letargo, tal apatía, te dejará tan floja que, al principio, tratarás de defenderte y excusarte y después, solo pensarás qué hacer para evitar que todo se desencadene, qué podrías no hacer.

Descuida, por mucho que te esfuerces no podrás frenarlo. Los motivos de su furia, de tu culpa cambian de un momento a otro. El detonante puede ser cualquiera.

Sé que no es fácil, querida. Sé que ahora te parece imposible, pero ojalá, más pronto que tarde, pidas ayuda, ojalá te alejes lo antes posible.

¡Huye!

Huye, por favor, que el camino de huida es muy largo y la sombra del monstruo demasiado alargada.

Y créeme, amiga, lamentarás por siempre no haber sido capaz de abrir antes tu mente, tus ojos, la puerta de salida.

Mucha suerte.