Manuel Valls ha convertido en alcaldesa de Barcelona a Ada Colau. Una independentista cuya cotización a la Seguridad Social probablemente salga a devolver, con una gestión deleznable, una connivencia total y absoluta con el golpismo y un ímpetu encomiable a la hora de convertir a una metrópoli mundial en una ciudad con el mismo grado de seguridad que Kabul. La justificación para acometer tal irresponsabilidad, tan impropia de cualquier demócrata con un mínimo conocimiento sobre el personaje, es la famosa frase de «es que era el mal menor».

Más allá del profundo debate sobre si una pro-golpista de extrema izquierda es mejor que un progolpista de extrema izquierda, la proliferación de la expresión 'mal menor' en la prensa nacional, generalmente en boca de algún crítico de Valls, me provoca una pequeña sonrisa cada vez que la escucho. Supongo que siempre albergo la esperanza de haberme equivocado y que en vez del mal menor de Ada Colau la prensa nacional esté hablando del Mar Menor de Murcia.

Lamentablemente, eso es lo más cerca que vamos a estar de escuchar hablar en el resto de España del mayor desastre ecológico de nuestra Región desde la Bahía de Portmán. Cabe preguntarse qué informativos no abriríamos si en vez de en Murcia esto hubiera ocurrido en Cataluña o en Madrid. O qué conexiones en directo no haríamos con La Sexta Noche cada sábado si nuestro presidente en vez de trabajar se dedicara a dar entrevistas a lo Revilla.

Pero quizás el mal menor del Mar Menor sea precisamente que no se hable de él. Que en el panorama político nacional nuestras decisiones le importen exactamente medio segundo al año a los máximos responsables de nuestra nación puede ser una ventaja. Que el plantel político del país no prolifere por nuestra Región para convertir en trending topic nuestros desastres, puede ayudar a que dejemos de tomar decisiones para que se conviertan en portada de periódico del día siguiente, y empecemos a pensar que, quizás, lo que merezca la pena sea pensar en las generaciones que vienen.

El aislamiento mediático al que nos vemos sometidos, excepto cuando nos imputan hasta al último hijo de vecino con responsabilidad política, es precisamente el que ha permitido que mantengamos el control sobre el relato de lo que queremos que sea Murcia allende nuestras fronteras. Que fuera no se sepa que llevamos treinta años sin tomar soluciones con la laguna, que nuestros servicios públicos tienen unos indicadores francamente mejorables, que seguimos sin agua con la que regar pero disponemos de un flamante aeropuerto con apenas un par de aviones al día; puede que sea nuestra esperanza para que con un gobierno que entienda que Murcia no es su plataforma personal podamos llegar a ser aquello que merecemos los murcianos.

Y además, sin que se note que lo que hemos hecho hasta ahora ha sido lo diametralmente opuesto.

Hasta entonces, nos conformamos con que el desastre diario del mal menor de Barcelona tape el desastre perpetuo de nuestro Mar Menor de Murcia. Por lo menos, para que nos consolemos mientras trabajamos.