Siempre he creído que un Premio Nacional de Narrativa ha de ser concedido a alguien que, a lo largo de su trayectoria creativa, demuestre un merecimiento superior. Es posible también que como con este premio se ha venido reconociendo a lo largo del tiempo a escritoras y escritores de la talla de Cocha Espina, Almudena Grandes, José Luís Castillo Puche, Antonio Muñoz Molina, Miguel Delibes, Javier Cercas, Fernando Aramburu y tantos y tantos ilustres nombres que vieron reconocida su trayectoria literaria cuando les concedieron este prestigioso galardón, nos habíamos acostumbrado a pocos sobresaltos con los nombres de los premiados, que siempre tuvieron una razón de ser (no olvidemos que este premio se concede al mejor libro en cualquiera de las cuatro lenguas oficiales de España y está dotado con 20.000 euros).

Pero si lo que pretendía el Ministerio de Cultura era llamar la atención, ha conseguido su propósito. Sinceramente, y aún haciendo un profundo ejercicio de comprensión (no estoy poniendo en cuestión la calidad de la novela) es incomprensible para muchos y muchas, entre las que me encuentro, que el Premio Nacional de Narrativa 2019 se le haya concedido a la granadina Cristina Morales y su novela Lectura fácil. Sencillamente, porque su trayectoria literaria no está a la altura de muchas y muchos escritores que suspiran por este premio.

El jurado justifica lo justifica en que se trata de «una propuesta radical y radicalmente original, que no cuenta con una genealogía en la literatura española y que destaca por la recreación de la oralidad, unos personajes extraordinarios y su lectura del contexto político en el que se desarrolla». Esto dice el fallo del jurado. Por cierto, solo siete mujeres escritoras habían conseguido ser reconocidas, hasta ahora, con este galardón. Autoras de la talla de Concha Espina, Carmen Laforet, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Carme Riera, Cristina Fernández Cubas y Almudena Grandes, el pasado año. Pues bien, el jurado ha creído conveniente elevar a esta escritora al olimpo de la literatura femenina en España.

Alguien ha definido el estilo de escritura de Cristina Morales como de 'insurreccional', pero es que toda ella responde a esta definición. El contenido de este libro suyo. Los modos y maneras de la escritora, sus diatribas contra cualquier tipo de poder, nos hablan de un personaje singular, y diríamos que poco consecuente, porque alguien que dice cosas como que siente 'alegría' al ver las protestas contra la sentencia del 1-O en las calles de Barcelona, ciudad donde reside, defendiendo a la vez que es la Policía la que ejerce la violencia, para añadir que «es una alegría ver el centro de Barcelona, las vías comerciales tomadas por la explotación turística y capitalista, de las que estamos desposeídos quienes vivimos ahí. Es una alegría que haya fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas (...) La violencia es la de la Policía; lo único que se puede esperar de la Policía. Es un cuerpo violento ante el que solo cabe el sometimiento o la autodefensa» responde plenamente a esa definición.

Pero si piensan que este lenguaje antisistema, el radicalismo del que hace gala, le ha llevado a renunciar a ese premio de 20.000 euros, concedido por un Gobierno que permite esa 'Policía opresora', se equivocan, porque lejos de hacer suyo el ejemplo de Javier Marías (en el 2012 rechazó el mismo premio por estar en contra de los recortes en cultura del Gobierno de Rajoy, entre otras cosas), esta sorprendente premiada ha dicho que no contempla rechazar el premio (insisto, lo concede el Ministerio de Cultura y Deporte), porque le es indiferente la postura del Gobierno de Pedro Sánchez sobre el tema catalán. «Lo que hagan en los despachos no me interesa en absoluto». Así mismo. Una cosa es el discurso incendiario y otra la 'pela'. Coherencia se llama eso.