Rosa Iglesias, lectora de esta página, imparte su última lección magistral en la Universidad de Murcia, convocando a un nutrido grupo de compañeros, alumnos y amigos, delectadores del saber. Una vez más Ovidio no es sólo una invitación al conocimiento de los clásicos. En los prolegómenos, una entrevista en LA OPINIÓN da cuenta de una idea compartida: el conocimiento de los mitos es imprescindible para entender la actualidad.

Verdaderamente son algo más que una historia legendaria. Las cosmogonías dan cuenta del origen del universo mucho antes de que la Astronomía, la Física o la Geología lo explicaran con precisión científica y técnica, pero con prosodia menos comunicativa, lo que sin duda contribuye a su olvido. Bastaría recordar que, antes de que se pudiera hablar de Literatura, de Historia, incluso de Religión, ya existía el mito. Por tanto, no es sólo una explicación fantástica de los orígenes, sino una suerte de protohistoria de la humanidad y de cada civilización en particular.

Cualquier neófito acudiría, como primera aproximación, a una definición canónica: narración legendaria sobre los orígenes del mundo, héroes o dioses paganos. Sin la más mínima pretensión herética, diría que también en torno al Dios de los cristianos, hay una auténtica arquitectura mítica que configura indeleble el templo más grande de toda la cristiandad.

Si la Creación del Génesis, pintada luego por Buonarroti no es considerada en sí misma un mito, que baje Dios y lo vea, pues tiene todos sus caracteres: una narración legendaria, una estructura poética en el fondo y en la forma, que explica un acontecimiento significativo para la fe. ¡Qué decir de Adán y Eva y su expulsión del Edén! Una narración tan cautivadora que, de tan convincente, hasta los antropólogos convienen en llamar a Eva mitocondrial a la primera mujer, madre de todos los homo sapiens sapiens y tal vez más de un neandertal; pues está genéticamente probado que todos los lectores de este periódico, habituales u ocasionales, tenemos una antepasada común, como también es seguro un Adán cromosómico.

Todas las religiones conocidas tienen historias legendarias que ilustran, componen y articulan un acerbo, un bagaje completo que ejemplifica los valores y principios morales en que se basan, e incluso construyen su imaginario hagiográfico y litúrgico.

Pero dejando de lado las escabrosas aristas de la religión, so pena de laceración por quienes no ven más allá de la letra de los libros sagrados, no es menos importante el mito para explicar ciertos acontecimientos históricamente significativos. La guerra de Troya lo fue para los griegos y la historia de Roma no podría hacerse sin rastrear en sus mitos fundacionales. También la moderna sociedad occidental tiene los suyos que, si bien ya no son transmitidos oralmente, no dejan de tener un componente legendario. Basta mirar el cuadro de Eugène Delacroix La Libertad guiando al pueblo para reconocer uno de ellos.

Y si estudiamos la Historia de cada país y de cada pueblo, nos encontraremos con episodios que, incluso habiendo sido documentados históricamente, son transmutados, revisados y presentados como hitos significantes de oprobios y heroicidades justificativos de la conciencia nacional. Verbigracia, el lector podrá hallar versiones de la Diada que han sido específicamente narradas para dar una determinada versión de los acontecimientos. En este orden de cosas, sugiero a nuestro líder ‘panochari’ una revisión de la historia del Rey Lobo que podría ser muy conveniente como protohistoria de una Murcia independiente al modo de otras regiones y nacionalidades.

Mas no pienses, lector, que mis comentarios sobre el mito fundacional tienen notas despectivas. Toda historia, sea de los pueblos o de sus habitantes, necesita un relato que justifique su existencia y será mayor su impacto social cuanto más maravilloso sea, bien para la creación de un sentimiento colectivo o para la formación de arquetipos individuales, modelos que sirven para ilustrar los valores en los que se funda esa sociedad.

Así enlazamos con la función pedagógica del mito. Sin duda Ulises es un referente para la civilización griega, hombre astuto, sagaz y diestro en ciertas habilidades guerreras que fueran muy admiradas hasta épocas recientes. Pero qué decir de Don Quijote para modelar el hombre fiel a unos ideales tal vez no tan trasnochados como los que representa un caballero andante para una sociedad rural como la manchega del siglo XVII o la española de hasta ayer mismo.

Esto nos lleva a la cuestión del medio de transmisión. En la protohistoria griega, los aedos contaban de pueblo en pueblo las historias que eran de todos conocidas, fueran de dioses o de héroes aqueos y troyanos, igual que los trovadores medievales contaban la historia del Cid. Homero consiguió trascender la propia civilización griega escribiendo los poemas épicos más conocidos del mundo occidental, con lo que la cólera de Aquiles y los ardides de Ulises llegaron a los albores del siglo XXI. Cervantes no inventó la novela, pero la consolidó como notable instrumento artístico. Hasta ayer mismo, el cine cumplía perfectamente ese papel y los mitos son tan variados como la Escarlata O’Hara de Lo que el viento se llevó o la Sara Connor’s de Terminator.

Las Metamorfosis ovidianas no son sólo un compendio de hermosas narraciones que perdurarían durante milenios e inspirarían el genio de los más insignes literatos, desde Dante a Cervantes o Shakespeare, pintores de la talla de Velázquez o Rubens y escultores como Bernini, que en su Apolo y Dafne, hace surgir del mármol la tersa piel de una ninfa trasmutada en laurel ante la mirada sorprendida del dios de la adivinación. En sus textos encontramos buenas muestra de las pasiones y pulsiones de seres que, divinos o humanos, son tan semejantes a nosotros como una gota de agua a otra. Ovidio, mucho antes que Kafka, retrata la belleza y lo tenebroso del alma humana.

Ovidio gozó de la fama y reconocimiento de sus contemporáneos, incluido el Augusto que había logrado el periodo más longevo de paz. A ello contribuyeron tanto las estrategias bélicas de Agripa como la capacidad financiera de Mecenas. Pero en algún momento, algo molestó al César, Ovidio fue desterrado y murió en el exilio, en la ciudad que hoy es Constanza, en la ribera del Mar Negro, después de porfiar en vano el favor del todopoderoso Augusto.

Las Metamorfosis tienen un plan preconcebido y culminan en la apoteosis de César, lo que dejaría el camino expedito para preparar la divinización de su hijo adoptivo, justamente aquel que nunca le perdonó. Esta breve semblanza retrata a un adulador del poderoso, nada que no nos suene rabiosamente actual, tiempo de paniaguados y vocingleros feriantes de las ocurrencias del jefe, solo que ars amandi, el arte de amar, nunca ha sido contado con semejante maestría.

Gracias por tu penúltima lección, Rosa.